En Ambiente

El segundo adiós

Depre936Sólo una vez regresó por ahí. Nada quedaba firme, ni aún aquella promesa reiterada del “para siempre”.

Desde el pequeño balcón “volado” miraba las bandadas aleteantes sobre la fracturada banca de cemento recién lavada por la lluvia atemporal, estructura para el descanso y disfrute colocada en la remetida plancha que hurtaba espacio al ahora descuidado prado. A la derecha del árbol en contra de todas las maldades recibidas, crece una gran sombra y en él residen las nidadas continuadas. En el descansillo del cubo de la escalera, donde brotaran promesas y anhelos por un futuro modificado en prolongado serpentín hacia la luna y las estrellas, aún rumora el viento, hoy sin su perfume.

Quizás fue una pésima decisión callar, pero no hay razón para la defensa cuando la reputación ajena sea prenda para restañar el prestigio personal —esto es verdad de caballeros—, porque eso llamado “verdad” avala la palabra entregada aunque la duda malamente enraizada deje su fétido reguero con el que rasgamos esa adquisición cultural engalanada con el vocablo “orgullo”: fútil pretensión.

En el prado frontero un niño tironea de un hilo con desesperante obstinación para elevar un papalote en la húmeda giba dormilona del viento: la obstinación requiere razones y éstas no están disponibles todo el tiempo.

Perdura el recuerdo de unos ojos negros y el suave decir durante los buenos tiempos por sobre la quebrada dicción en el rompimiento, cuando todo el pasado nada valía ante el impulso de la saña infundada: ante ello todos los recuerdos recorrieron el sendero a la inversa. De nada servía conservar los fetiches de aquella unión agrietada.

Esperó amilanado la sorpresiva presencia. Por horas urdió un discurso sobre otro, corregía el primero, ampliaba el décimo primero. Vano esfuerzo… Fue mejor así, porque al final, los años sedentarios en el rostro, la mermada cabellera y en los ojos aún vibrantes las iras añejas no permitirían el reconocimiento y es posible que el tacto resultara un agravio.

Ya no regresó por ahí. Las diferencias eran muchas y el dichoso recuerdo de lo compartido sólo el motivo externo.

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