En Ambiente

Escamas

depre970Practicaba fervorosamente la compleja responsabilidad de los niños: esquivar la realidad. A veces lo conseguía, otras quedaba en fútil intento. Lejana la infancia aún exige su espacio.

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“Enrique Díaz Canedo le cuenta la frase de un campesino asturiano: ‘Todo lo sabemos entre todos’, y este apotegma le seduce: nadie posee las claves enteras del saber, todos somos indispensables en distintos niveles.” *

Antes de ello, cada cual debe recibir con gusto un poco del gran todo, porque en caso contrario “Todo lo ignoraremos entre todos.”

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Lucas 21. 1. Alzando la mirada, vio a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del Tesoro; 2. vio también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas, 3. y dijo: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. 4. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir».

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Compartimos una manzana para formar con ella un universo —intuido apenas— mutuo, fugaz, mortal, renaciente; con alas de colibrí, en aleteo de mariposa bajo el azul grandioso; por guía, el sendero luminoso de la noche; brotó el perfume enclaustrado en vasija de barro fino, delicadamente decorado, perturbadoramente frágil.

Me diste una manzana y perdí la eternidad en un instante de embriaguez, ufano por innovar el ritmo del que está hecha la vida.

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Aún está tibio el plumón en el nido iluminado por el lucero del alba. Falta el verbo del reinicio, de la renovación pospuesta; el himno de los grillos pulsa sin sentido, las minúsculas estrellas aladas agitan el sueño de las corolas aletargadas. Cae la lluvia nocturna de escurriente bilis sobre el encanecimiento prematuro. Sueña, aún, esperanzadoramente.

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—¿Cómo es el sol?— preguntó el ciego. Le puso las manos sobre una gran pelota para recorrer el diámetro—desde arriba hasta abajo, de derecha a izquierda— en tanto le informaba de la combustión de gases, de fuerzas en precario equilibrio, de las poderosas cargas nucleares. Le ejemplificó la distancia en años de caminar paso a paso a fin de otorgarle una idea somera de tiempo/espacio. Lo llevó al jardín, expuso al fragor los ojos inútiles, levantó sus manos enfrentándolas a la fuente de luz y de calor.

—¿Cómo es el sol?— le interrogó. El ciego no supo qué contestar.

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¿Dónde encontrará sosiego después del terror si le llega la noche o el desconcertante eclipse lejos del nido? Para un ganso mudo no hay himno final, ni crepúsculo, ni eco.

* Alfonso Reyes I, México, página 52; coordinación de Carlos Fuentes; prólogo de Carlos Monsiváis. — FCE; Cátedra Alfonso Reyes del Tecnológico de Monterrey, Fundación para las Letras Mexicanas. Segunda reimpresión: 2013.

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