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Narcocorrido, género musical distintivo de México

No es el mariachi el género musical que predomina en la identificación actual de México en el mundo. Lejos quedaron los tiempos en que las canciones de aquellos hombres de sombrero de charro, moño costurado y botines representaban el género más importante del país. Ahora, México es reconocido desde el exterior por la influencia de los narcocorridos.

Esto lo afirma el investigador de la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS) en el pacífico mexicano, César Burgos Dávila, quien, explicó que al inicio de su investigación, encontró una tradición metodológica dominante. Sociólogos, filósofos, psicólogos, historiadores, e incluso antropólogos, se mostraban interesados en el discurso del narcocorrido «por lo que narra, por el mensaje que construye».

Encontró que el narcocorrido era fuente de documentación histórica, que era considerado también como fuente de recreación literaria debido a que narraba a sus personajes, logros y fracasos; era visto en términos psicológicos y sociológicos como un objeto de representación, como si la lírica fuera un espejo de la realidad social actual, y eso estuviera incrustado en alguna parte de la memoria social.

Dijo que “veía que hacía falta algo, abandonar el texto y meternos al contexto; es decir, comprender la música desde los actores que producen y consumen la música, comprenderla en los escenarios donde la música circula”.

Burgos Dávila se sumergió en las entrañas de los narcocorridos: lo que se hace con la música, lo que esta significa en nuestra cultura, la resignificación y apropiación de la música de los oyentes.

“Me llevó a hacer un estudio etnográfico, también a salirme de corrientes metodológicas de la psicología clásica y a empezar a considerar corrientes de la etnomusicología, de la sociología de la música, de la antropología, en donde era necesario estar en el contexto”.

Como parte de su trabajo de campo trabajó con tres técnicas de investigación. La primera, de observación participante.

“Mi trabajo consistió en ir a los bailes, a las fiestas, a las cantinas, a los mercados; literalmente amanecerme con los jóvenes, andar de fiesta con ellos. Se trataba de comprender los usos y significados de la música en y desde las prácticas cotidianas de los jóvenes”.

Debió acudir a los sitios en Sinaloa donde el narcocorrido suena prácticamente de manera obligada, como ejemplo, a panteones durante el Día de Muertos. Acompañó a compositores en los estudios de grabación durante los ensayos. Observó cómo establecen las relaciones con sus clientes cuando los contactan, es decir, cuando les piden que les compongan los corridos.

Dijo que “estuve cuando les llevan la información de primera mano, cuando les dicen ‘me gustaría que compusieras esto, que dijeras esto de mí, de lo que hago’. Tenía que moverme y situarme en los diferentes espacios en donde la música se encuentra”.

Para su investigación consideró importante aprender de los expertos. No de los académicos, sino de los músicos, los oyentes y productores de música.

Indicó que “es necesario escucharlos. También es necesario comprender la música desde su experiencia. En este caso hice entrevistas a jóvenes oyentes, aficionados de corridos, a jóvenes compositores de narcocorridos, a jóvenes intérpretes de narcocorridos, a personas que se dedican a la producción de discos y a personas que se dedican a la organización de eventos”.

Durante los años que tomó la investigación asumió dos roles, el de investigador interesado en el estudio del tema y, por otro lado, el del aficionado que se construye, es decir, en oyente activo de narcocorridos.

“Trabajo desde una lógica etnográfica y eventualmente con los estudiantes que se incorporan al proyecto, trabajamos el análisis del contenido o del discurso de las letras recientes. Como ejemplo, la publicación ‘Culturas juveniles y narcotráfico en Sinaloa. Vida cotidiana y transgresión desde la lírica del narcotráfico’”.

La tradición del corrido, señala el experto, tiene como base una lógica transnacional. Indicó que existen dos regiones que son epicentro de la creación de ese género musical: Culiacán y Los Ángeles, Estados Unidos. Esto genera que entre México y el vecino país del norte, en términos de narcocultura y de música, exista una reciprocidad.

Añadió que “Sinaloa produce buenos músicos. Los músicos que están aquí aspiran a tocar allá por una cuestión de desarrollo profesional, pero los que están allá, que son hijos de mexicanos de segunda o tercera generación, interpretan narcocorridos aspirando a que su música sea tocada y aceptada aquí, como un distintivo de autenticidad, como un ‘yo también hago música mexicana’, ellos renuevan la música mexicana. En ambos lados de la frontera se actualiza el narcocorrido”.

Burgos Dávila señaló que han cambiado y se han desplazado las significaciones culturales asociadas al “ser mexicano”.

“Ya no es el mariachi, ni es predominantemente el imaginario del campo, sino que cada vez cobran más presencia todas las expresiones culturales del narcotráfico. Si sintonizas canales televisivos o estaciones de radio latinas, encontrarás que lo que más se difunde es este tipo de música. Esto adquiere una peculiaridad. En todo México hay narcotráfico, pero comercialmente o en términos de consumo, el narcotráfico que se hace distintivo del otro lado de la frontera es el sinaloense”.

Durante su trabajo de campo en California, encontró que ya no es suficiente decir que se es sinaloense. “Ya no es suficiente decir: ‘sí señor, yo soy de rancho’, como canta El Komander. Ya no es suficiente con parecer mexicano, sino es distintivo ser o parecer sinaloense. En este caso existe una ‘sinaloización’ de la cultura del narcotráfico”.

Explicó que esto tiene que ver con múltiples factores, entre ellos procesos migratorios, la circulación de bienes culturales, el poder y alcance de las industrias y de los medios de comunicación masiva, así como la presencia, asentamiento y vinculación de los cárteles de la droga en ambos lados de la frontera.

En la publicación ‘Narcocorridos. Antecedentes de la tradición corridística y del narcotráfico en México’, señala que resulta imposible pensar los géneros musicales en términos locales, debido a que la música rompe fronteras locales, regionales, culturales, políticas, demográficas y territoriales.

Aunque dedicado a la psicología social, César Burgos Dávila se ha interesado también por la historia y cómo se ha relacionado esta con el narcotráfico, es decir, la historia de la música del narcotráfico. Sostiene que la música se adapta, surge en un contexto sociocultural. Si las dinámicas y formas del narcotráfico cambian, los contenidos musicales también se modifican y adaptan al contexto histórico en que se producen.

“No podemos desvincularnos del contexto histórico, político y social de las cosas que estudiamos. En el caso de la música, siempre es necesario situarnos en una perspectiva sociohistórica”.

Como se sugiere en la publicación “’¡Qué truene la tambora y qué suene el acordeón!’: Composición, difusión y consumo juvenil de narcocorridos en Sinaloa”, la característica que recientemente ha adquirido este género es que es producido por jóvenes y para jóvenes.

“Podríamos hablar que la actualización constante de las expresiones culturales de la narcocultura obedecen a ciertas condiciones de la juventud actual. En los contenidos se narran sus vivencias, el mundo social en que se sitúan, las expectativas de vida que tienen, los fracasos, las desconfianzas institucionales, así como el cuestionamiento a un sistema político. La narración que se hace en la mayoría de las composiciones es sobre y desde la juventud”.

Mencionó que  “no es lo mismo escuchar los corridos de hace 15 o 20 años, donde la mayoría de las agrupaciones obedecían a una misma rítmica, o a unas mismas formas de ejecución, sino que los mismos jóvenes han innovado los estilos de ejecución musical, desde tocar las baterías, acordeones, bajo sextos; han revolucionado la música con sus estilos”.

Muchos de los actuales intérpretes, enfatizó, migraron de otros géneros musicales. Algunos de ellos no se situaron en un principio en la música norteña o en la música de banda, los jóvenes trasladan sus gustos y otras prácticas de ejecución a la interpretación de los narcocorridos.

En diferentes épocas, el gobierno de Sinaloa ha intentado censurar los narcocorridos. La censura se justifica a partir de la premisa de “evitar una apología del delito”. Recientemente, ha incrementado en el país la censura de eventos masivos donde se presentan narcocorridos. Este hecho hace visible una postura de estigmatización que el gobierno asume sobre la música. “Nos habla de que existe una estigmatización, persecución y criminalización. Buscan culpar a la música como si fuera productora de acciones”.

Sin embargo, añadió, ese tipo de música es también disidente. “Es música que el gobierno no quiere que se escuche porque hasta cierto punto los delata. El narcocorrido no solo habla del narcotráfico y del crimen. También habla de las complicidades, las acciones, el involucramiento y la implicación de las autoridades para que el crimen organizado prospere”.

Los narcocorridos, explicó, son una vía alternativa, en términos históricos y culturales, para que los escuchas se enteren de lo que ocurre en la sociedad.

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