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La sombra

Evasiva, inconstante, alargada o corta, cóncava, convexa, insinuada, adaptada a las rugosidades intrusas, es a veces escotoma y otra adulterada procacidad. Circula en el flujo, ondea al rigor del viento, carente de color definido, toma del espacio el tono contrastante a conveniencia, la vibración opuesta en el círculo cromático.

Ella nos engaña con su aparente volatilidad y a los sentidos miente con la ausencia de alguna fuente lumínica. La sombra impera en la copa de vino y en las placas del armadillo y habita en aquella después de lavada y en éste aún ovillado; por ella baila el junco en las ondas del río, al carrizo lo dobla en la laguna y copia la rústica barca en los rizos del mar; es voluptuosa anatomía en la panza de las nubes, sube hasta las copas de los árboles y es la que magnifica el transcurrir en el acharolado transcurrir del alba al ocaso.

La sombra siempre es trivial, impotencia de asociación vital, aún en la lobreguez de las cosas y la vida subterránea, abismales, surge del original sin ser réplica exacta.

De algunos, la sombra permanece por verdad incuestionable y monta su antojadiza estructura en el adagio assai beethoveniano dotándola con un valor que no le es propio por ser sombra sobre sombra ajena que nos es más extraña al modelo que para aquel al que confiere un mal “reflejo”.

Siempre falaz, inasible, enredase en los vericuetos del raciocinio, nos promete una verdad para regalarnos una estructura amorfa, distante, nulamente identificable.

El “yo” perdido Acrílica sobre cartulina 36.7 x 49.3 centímetros.

Fatuo el deseo de eternizar en la memoria esta continuidad cambiante, de atraparla con el falso concepto de propiedad, olvidable -más que los sueños-, transformada, huye de sí misma, fugase sin desconcierto, sin rozar las blandas circunvoluciones cerebrales: con su inutilidad palmaria, su desaparición llena esporádicamente con desazón la vaciedad anímica.

Para escribir “sombra” es necesaria la tipografía en cursivas, la fuente tipográfica que remite, que enfatiza a la palabra de la que nos apropiamos descaradamente, del término propiedad de otros, la referencia tomada al bagaje ajeno sin la personal acrobacia mental de la búsqueda-análisis- aceptación o rechazo.

Aferrado ante el divorcio inconcluso, de esa dependencia vibrante, lo mejor será fabricarme unos zancos para poner distancia entre esa réplica variable que no soy yo ni está en ella mi esencia, mas ¿será justo separar al árbol de su sombra, forma fiel que le acompaña todo el día con su noche, que le circunda y que sólo para él muestra constancia sobre el pasto, sin la sombra rauda de las aves que en ella cantan sus latidos de madera?

No hay en el diccionario ni en la sapiencia humana término menos adecuado a la transposición, a la traición de una forma que el vocablo “sombra”, porque resulta huero tildarla de oscura, dotarla con carácter de negrura y otorgarle densidad. Es una duda arrastrada desde la cueva de Platón hasta el ocaso del día y de la vida, que nada aporta y a todos nos engaña con su discurso silencioso.

Por cuatro mil y algo más de años de historia escrita, ninguna sombra fue, es y será igual a otra, de ella únicamente es dable un enlistado de semejanzas mientras lamentamos la banalidad, la carencia o adulteración en la imagen oculta de aquellos rasgos magnificados mediante ángulos rugosos, propiedades y colorido prescindibles: sombra de una sombra que perdió hasta su mínimo valor de verdad.

Acerca de Víctor Manuel López Wario

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