General

Se consolidan cuevas prehistóricas de Yagul y Mitla como paisaje cultural

Bajo un sol que cae a plomo, en los agrestes cerros que rodean el Valle de Tlacolula, en el estado de Oaxaca al sureste de México, se abren cuevas de un frescor reconfortante: oasis de la orografía local donde hombres y mujeres prehistóricos dejaron su impronta en siluetas escarlatas y comenzaron a domesticar especies, como el maíz y la calabaza, que hoy son base de la dieta de los mexicanos.

La importancia histórica de estas cuevas, tanto para el actual territorio mexicano como para el desarrollo de la humanidad, posibilitó su inscripción hace cinco años en la Lista de Patrimonio Mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). Constituyen un paisaje cultural que cada día se vincula más con los pobladores de la región.

Transcurrido un lustro desde su inclusión en dicho listado, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) ha promovido y consolidado gradualmente proyectos para el conocimiento de los valores universales que entrañan estos parajes, entre quienes antes sólo veían en ellos un refugio para su ganado y un lugar de descanso.

cuevas agul y mitla

Estas cuevas prehistóricas de Yagul y Mitla son un punto geográfico de inflexión en el proceso de la civilización, al grado de ser uno de los 40 sitios que abarca el programa temático del Centro de Patrimonio Mundial: Evolución Humana: Adaptaciones, Migraciones y Desarrollos Sociales (HEADS, por sus siglas en inglés), que impulsa el estudio de procesos culturales adaptativos en los cinco continentes, entre otros fines.

El arqueólogo Jorge Ríos Allier, coordinador del Proyecto Corredor Arqueológico del Valle de Oaxaca (CAVO), del INAH, explicó que HEADS pretende vincular esfuerzos internacionales que coadyuven a identificar y preservar sitios que dan cuenta de nuestra evolución biológica y cultural, asegurando su conservación para generaciones futuras.

Sobre la planicie donde los zapotecos erigieron las ciudades de Yagul y Mitla, en un ascenso que implica unas cuantas caídas y un par de roces con la mal llamada “mala mujer” y otra vegetación espinosa, las cuevas del Valle de Tlacolula presentan características idóneas, sobre todo sequedad por ser tobas calcáreas, que preservaron semillas que miles de años atrás sirvieron de alimento a grupos seminómadas.

Dijo que “eso quiere decir que en los sedimentos de estas cuevas se pueden encontrar materiales orgánicos, como maíz, calabaza, chile, frijol y aguacate, y especies locales, como el nance y el guaje, que al ser datados han dado antigüedades muy largas”.

Con las nuevas técnicas de datación, como el espectrómetro de masas (MS), se han analizado materiales obtenidos de las excavaciones que llevara a cabo el equipo dirigido por el doctor Kent V. Flannery en los años 60. “En el caso de la calabaza, hablamos de aproximadamente 10 mil años a.C., y para el maíz, 4 mil 200 años A.C.”, señaló el arqueólogo Jorge Ríos.

Aclaró que los sedimentos conforman una capa que la mayoría de las veces, como en el caso de los hallazgos en la cueva Guilá Naquitz (Piedra Blanca, en zapoteco), “no llega a más del metro”; sin embargo, ahí se encuentran desechos de macrobandas, grupos que no iban más allá de 20 seres humanos, los cuales viajaban juntos y cuyas generaciones comenzaron a reconocer el territorio.

cueva agul y mitla2

Los individuos empezaron a permanecer más tiempo. Los restos orgánicos indican que consumían plantas propias de cada estación del año; el siguiente paso fue la selección de las mismas y, finalmente, se inició un proceso de agricultura incipiente. A nivel microscópico, se observa la diferencia entre una semilla silvestre y otra ya seleccionada y cultivada.

Esto significa que estamos en uno de los sitios considerados por la UNESCO como originarios de cultura”, expresó el arqueólogo, responsable del Proyecto de Investigación y Conservación de las Cuevas Prehistóricas, enlazado al CAVO.

Este proceso evolutivo e histórico, en el que el desarrollo humano guarda una relación simbiótica con la biodiversidad de la región, se ha intentado plasmar en centros interpretativos que se establecieron en 2012 en Unión Zapata, Villa Díaz Ordaz y San Pablo Villa de Mitla, y en los que el INAH ha sido una instancia rectora, en coordinación con ejidatarios y otros organismos locales, estatales y federales.

Acerca de Juan Carlos Machorro

El autor no ha proporcionado ninguna información.

Comentarios Cerrados

Los comentarios están cerrados. No podrás dejar un comentario en esta entrada.