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Para un hombre de alto coturno

Mi respeto por usted, señor profesional de la comunicación, merma; ya ni cuento la reiterada muletilla del “bueno” en cada reporte, el uso inútil del comparativo —alguna vez recomendado por Dashiell Hammett y Raymond Chandler en la redacción de las “novelas negras”—, ni la salida cómoda del destructor de los tiempos verbales: el gerundio

Irrita al entendimiento la ejemplificación inadecuada mediante la segunda persona del singular y su protagonismo exacerbado a la par de la constancia interrogante del ¿no? y su afán dignificante con la aclaratoria de “la verdad…”

Abra usted un diccionario —escolar, cuando menos— y asiente en su lenguaje que registrado no es un sinónimo de sucedido, acaecido; que radical no significa opositor ni extraordinario y que al calificar su decir con el término de “honestamente” lo que en realidad desea manifestar es la veracidad del hacer o del ser, porque la honestidad es un renglón del hablar y el actuar y que —junto a ello— en la proclama de la humildad subyace la irrefrenable soberbia.

En las páginas de ese rudimentario instrumento de la síntesis del saber humano encontrará que es una aberración transformar en infinitivo el vocablo dable en los asuntos de la música (instrumentar = orquestar), angustiante para todos menos para usted, y que, al extraer la idea fundamental, lo que quizá deseaba decir era implantar, imponer, crear, generar… , que verbalizar sustantivos y sustantivar verbos es labor barroca cuya exigencia es al talento, y que, bajo las pocas luces de su reducido lenguaje, accesar no es lo mismo que ingresar, anglicismo detestable en todo mal instruido en lengua propia al que le hace falta el perfume ajeno en procura de un lucimiento ante la multitud la cual lo considera guía intelectual, y, si así lo dijo “el señor” es lo correcto a tomar por uso.

Ahora a los vocablos “quién”, “qué”, “cómo”, “dónde”, “cuándo”, “cuál” les da igual pronunciación sin considerar la valía propia de pronombre relativo o indeterminado, si es en uso de su forma de interjección copulativa, ilativa, condicional, causal, si es interjección o adverbio de lugar o de tiempo, cada una de ellas en su forma interrogativa, dubitativa o admirativa.

Oleaje nocturno. Acrílica sobre cartulina. 35.5 x 12.5 centímetros.

Porque a usted, pese a los esfuerzos de Freud, en su confusión entre “b” y “v”, le da lo mismo la palidez que el impulso sexual (lívido y libido) y siempre en busca por definir la torpe valorización de su escala, exige a los superlativos llenar su medianía: plus, súper, híper, mega y demás engendros de su incapacidad discursiva.

Señor lector y testimoniador de las noticias —y alcanza a redactores de la publicidad—: al género lo marca el artículo y no la herencia de una era que ahora desprecia, ni los decires y frases de ex encumbrados. Acuerde usted todo lo a usted benéfico en exclusivo Restaurante sin reducción ni acento distante al valor de la lengua y, hasta donde le permita su anglófila cultura, piense, columbre, considere, no insista en asentar de eventual lo programado y no defina su valía intelectual mediante la palabra determinante para el conocimiento infundado: creo, porque acá, la runfla considera que usted es de esos pocos personajes nacionales cuya instrucción le exige un lenguaje superior mostrado en el uso correcto y el entendimiento de que cada palabra representa un valor específico y propio… y, si en algo respeta la pluralidad ciudadana, deje tranquila a la Idea Superior, ya que antes de un “primero Dios” el esfuerzo personal es requisito y en el uso diario, el “Originador del todo”, el “Supremo Hacedor”, el “Arquitecto del Universo”, etcétera, dividido a beneficiar entre dos o más bandos en pugna, ante el resultado, sólo uno de ellos clamará un huero “Gracias a Dios”.

Pero tampoco sea esto un agobio inconmensurable: es sólo una parrafada de un terco a un necio y usted entiende de sobra que tales definiciones no significan lo mismo.

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