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Una resortera

depre930

Tuve una resortera, la mejor del lugar. La horquilla era madera de membrillo tallada con esmero y las gomas alguna vez parte en la maquinaria del molino. Era la mejor resortera del lugar y con ella mi prestigio de hábil tirador, inigualable.

Con ella “bajaba” los frutos de la higuera en la huerta escolar y desmelenaba mazorcas, tumbaba los pedruscos colocados sobre piedras y formaba ágiles “patitos” en las ondas de la laguna. Con tal y poderosa herramienta arrojaba guijarros por entre los ventanucos deteriorados de la abandonada casa de la hacienda y llevaba en el zumbido de los cantos el ocio hirviente de un mediodía tras el río, más allá del recodo donde estaba la capilla arruinada o más al oriente del templo limítrofe del buen convivir pueblerino.

Con la autoridad obtenida durante el horario de la inacción escolar aumentó la cauda de amistades y con ésta la oportunidad de cercanía con Leticia.

Leticia era una de las niñas cuya mirada apuntaba hacia beneficios impensados. Pertenecía a ese grupo selecto de los predestinados en el orden social cuya sombra no tocaba a la escuálida pequeñez de los siempre parvularios. Era necesario mirarla en su uniforme escolar para constatar las diferencias y comprender su reticencia a compartir la sonrisa que en mejores lugares resultara fácil en sus labios, esa que achicara beneméritamente sus ojos.

Engreído con la temeraria conquista cuasi infantil, negué al entendimiento la parca verdad y con obnubilada conciencia engarcé sueños con ilusiones.

Repentinamente todo ocupó el lugar natural. Por muestra de amistad, Leticia pretendía que con tiro certero de la resortera derribara el nido de aquellos palomos que le arruinaban el sueño mañanero. Me llevó a su casa y ya en la azotea, con la mirada en el muro oriental del templo señaló el motivo del imprevisto aprecio. Tan pronto me negué a la solución perdí su endeble afición y cautivé irremediablemente su odio.

—oo—

Hoy con los beneficios otorgados por el tiempo transcurrido admito que Leticia era una niña bonita y que, aunque maldecido en su momento, todavía acepto que su trato no valía lo que su propuesta exigía. Además, las diferencias sociales no desaparecieron en el transcurrir del tiempo ni aquel su mohín acostumbrado. Y aún hay quien aguanta por verdad lo que las novelas rosas testimonian.

Tuve una resortera, la mejor del lugar. La horquilla era madera de membrillo tallada con esmero y los gomas alguna vez parte de en la maquinaria del molino. Era la mejor resortera del lugar y con ella mi prestigio de hábil tirador, inigualable. Y es una más de las tantas cosas empequeñecidas en el transcurrir del tiempo yacentes en el fondo de la resecada laguna.

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