Campus

Festejo y confesión

Al inicio de diciembre los extendidos cordeles con el papel picado susurrantes al ritmo del viento frío —en blanco y azul cielo— pregonaban la cuenta de nueve días manifiesta en el jolgorio popular acompasado con la música proveniente de las bocinas encumbradas sobre las multicolores carpas de los juegos mecánicos por donde circulaban los aromas de los buñuelos, algodones de azúcar , futas picadas, pambazos, tacos dorados y las “gorditas” enchiladas o las endulzadas con piloncillo junto al comal de María Inés; aguas frescas por el mediodía o las grandes y vaporosas ollas de barro moreno con la exhalación del ponche, del atole de variados sabores o el chocolate para atraer la tentación hacia el pan dulce (destacadamente las conchas blancas o morenas).

Era un aliciente a la inclinación piadosa la compra de un tamal frito cuya preparación requiere de una masa de maíz robusto para evitar su destrucción al deshojar y someter a la bullente cuenca colmada con ardiente aceite.

La música de los pequeños grupos en honor de la festejada —vínculo virginal con la divinidad— culminaba tras el novenario con la cotidiana peregrinación encabezada por la imagen sagrada en andas y a cubierto con el alto el palio bordado con hilos de oro y pedrería por entre las incensadas calles del barrio, entre cánticos, rezos y la inoportuna lluvia de serpentinas, confeti y, en la plena confianza con el agredido, huevos rellenos con harina.

Reposo Acrílica sobre cartulina 21.5 x 28.0 centímetros.

Durante el novenario —reunión de la fiesta religiosa y el desfogue social— las dos aceras de Elisa y las calles contiguas, eran cubiertas por los entarimados rústicos de los vendedores de rehiletes, silbatos, estruendosas trompetas de cartón o barro, sonajas de hojalata, gallitos de palma, diversos sombreros de cartón engomado y pintados para asociarse con la multiplicidad de los antifaces sencillos o adornados con la colorida diamantina, de los caballitos —cuerpo de madera y cabeza de cartónpiedra con sus crines hirsutas puestas a un viento emergido de la fantasía infantil—, estruendo competidor de los tenderetes del tiro a las botellas y la lotería con sus cartones impresos, crujía de la buena fortuna destacada con los granos de frijoles o de maíz.

 

El festejo a la patrona encumbrada en la seguridad de su nicho en el altar principal de la Inmaculada Concepción (familiarmente denominada “La Conchita” con el fervor y cercanía de los vecinos nuevos y antiguos) trae un recuerdo en extraña asociación: la efigie de un hombre alto con larga cabellera* que al decir de los mayores dedicaba sus energías en el cuadrilátero de la lucha libre y ocasionalmente en su participación en calidad de extra indefectiblemente en personaje de indio. Este devoto visitante al templo, diariamente visitaba una boyante pulquería establecida en la calle de Elvira —a media cuadra de “La Conchita”—, época en el que aún no marcaban con el “sambenito” de la degradación total y bochornosa a los bebedores del albo licor.

“La Conchita” era el lugar de unión para las clases radicadas en el reducido territorio. A la patrona vestida de blanco y azul anualmente dedicábasele un novenario solemne independientemente a una visita dominical en espera de… o en agradecimiento por…

Era alegre y ferviente el tráfago por entre los nombres femeninos: Luisa, Elisa, Virginia, Elena, Emma, Bertha, Carmen, Leonor, Laura, Refugio… fugados del recuerdo otros nombres mas no los aromas y sonidos de aquella Colonia Nativitas de los años cincuenta.

—oo—

En la calle de Luisa ya no está la oscura casita en donde hace muchos años, antes de acudir a la escuela, aprendí a leer al imitar a mi hermano Gabriel, y a mal escribir por obra y demerito personal.

Esa casita ahumada con sus pequeñas ventanas de madera pintada en verde, dejó su espacio a una estructura ahora ya un tanto antigua a donde llega el clamor metálico que marca la vida desde el minúsculo campanario de “La Conchita”.

*Primera influencia personal. Estructura humana viviente de una continuación cultural y anticipo a la moda vigente a partir de los años sesenta y setenta del siglo XX. (No toda apariencia proviene de época y geografía ajena).

Comentarios Cerrados

Los comentarios están cerrados. No podrás dejar un comentario en esta entrada.