Vida Sana

La inminente necesidad de rescatarnos (III)

Por: Chef Alfredo Alvarez

El México de las grandes familias se transformó a pequeñas, del campo a la ciudad y, poco a poco, quedó atrás la tradición de que las mujeres llevaban la comida recién preparada  a los hombres que trabajaban en el campo, costumbre que siguió algunos años más ya con las migraciones masivas del campo a las ciudades, principalmente a mediados del siglo pasado. Una vez estableciéndose las familias al ritmo de vida citadino, acostumbraban llevar sus alimentos consigo a las fábricas y centros de trabajo que hacían de la jornada todo un banquete  de viandas típicas y sencillas: quelites, ensaladas de nopales, frijoles refritos o de la olla, salsas de variados chiles, tlacoyos, gorditas y preparaciones con diversas carnes, acompañadas con tortillas.

Otros más acomodados tenían la oportunidad de regresar a su casa a la hora de la comida y gozar de hasta dos horas para departir con la familia y tomar una pequeña siesta, previa al regreso al resto de la jornada laboral.
Las exigencias de las ciudades crecientes y demandantes fueron haciendo más largas las jornadas laborales y redujeron los días de descanso. “La semana inglesa”,  en la mayoría de los casos, fue remplazada por un día de descanso a la semana y sólo quedaban los fines de semana de tipo familiar, pero éstos también se redujeron,  no del todo, pero ya en muchos de los casos las familias dejaban de organizar salidas de fin de semana al campo para sólo mantenerse en casa de alguno de los miembros de la familia.

El niño al salir de la escuela tenía que apresurarse para formarse en la fila de las tortillas y las jovencitas  por la tarde solían ir a comprar el pan de la merienda. Las aguas de fruta fresca siempre al centro de mesa y de postre alguna otra fruta de la estación. Por supuesto, no había niño que no se fuera a la escuela sin desayunar, aunque fuera un vaso de leche  y quizás pan.

En las tardes, al salir de la escuela,  existían infinidad de juegos que hacían de cada tarde una gran aventura.  Hoy tristemente (y no culpo a la inseguridad), los niños sólo se dedican a ver la televisión y jugar las consolas de videojuegos. En pocas excepciones dedican la tarde a actividades físicas.

Los modelos de franquicia norteamericanos introdujeron tan coloridos y novedosos conceptos de fast food que encontraron tierra fértil en una sociedad que no tenía tiempo para regresar a casa, ya que sus horarios de alimentación vieron una reducción drástica en aras de mejorar la productividad y, en otras situaciones,  a las personas les resultaba difícil ir a casa a comer y estar a tiempo al regreso de sus labores en tan grandes y ajetreadas urbes.

Por otra parte,  las familias tradicionales vieron la incursión a la escena laboral a las mujeres que, anteriormente, fungían como amas de casa, que ahora encontraban más práctico la comida prefabricada y lista para llevar.
El autoservicio cubría en mucho el ahorro de tiempo de adquirir la despensa en un solo lugar. Y mientras bien se puede pedir si es que no hay ya tiempo para preparar comida o se encontraba cansada al finalizar sus labores. Pizzas, tacos, tortas, pollos fritos, hamburguesas, etc.  a domicilio y por diez pesos más papas y refresco grande o en la compra del combo familiar llévate  2 litros de refresco.

Y  bueno el fenómeno incluso se extendió al cansancio y si por alguna razón el hábito se perdió  también los modos y mujeres y hombres olvidaron para qué servía una cocina y sólo lo que hace la abuela, en muchas ocasiones, llega a ser lo único casero conocido.

La inminente necesidad de rescatarnos nos obliga a buscarnos tiempos y hacer de las obligaciones familiares partícipes a todos los miembros que la conforman, a darnos un tiempo de aprender de lo que llevamos a la boca, de convertirnos en gente saludable y crear una cultura del deporte. Mente sana en cuerpo sano.

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