Opinión

Lo cotidiano con clase

Las apariencias engañan o lo que es lo mismo, el que con niños se acuesta, amanece mojado. Nunca como ahora, tienen tanta validez estos refranes que el pueblo mexicano se ha dado, para referirse al célebre y tristemente asunto de “ Juanito”, sí el mismo, Rafael Acosta Angeles, flamante delegado político en Iztapalapa.
Quizá para algunos que se las dan de analistas, seguramente se trata de una cuestión patológica de la actual política mexicana que no debería verse de manera simple.
Habría que enfocarse a las circunstancias que tienen colocado al aprendiz de todo y maestro de nada, como es el caso del personaje de la “bandidata” tricolor, que en su momento de manera balbuceante y temerosa, como presintiendo lo que le vendría encima, repitiera lo que su mentor decía:
Sí me comprometo, cuando su líder moral y creador, le ordenó que una vez que ganara la titularidad de la Delegación Política renunciaría para dejarla en manos de la perredista Clara Brugada. Vale recordar que el personaje, al que hasta un estatua le hicieron, contendía por las siglas del Partido del Trabajo.
“Juanito” obtuvo el triunfo en las urnas mediante el voto de sus vecinos. Nadie, en ese momento, impugnó nada ni cuestionó la actuación “política” del agraciado. De ahí en adelante, se suscitaron una serie de acontecimientos por todos conocidos, incluyendo la licencia bajo el clásico “motivos de salud”.
Se fijó un tiempo perentorio de alrededor de 60 días, mismo que llegó a su fin y, hete aquí, que el salvador de Iztapalapa se curó y, para pronto, que decide no renovar el permiso y decide ocupar el cargo– faltaba más– que le corresponde por ley.
Claro, este anuncio lo hace acompañado por un grupo de honestos y leales simpatizantes, poco antes de introducirse a las oficinas destinadas a la delegada en funciones por una ventana trasera utilizando una escalera y, acompañado, eso sí, con un cerrajero y un notario, por aquello de cumplir con la legalidad.
En respuesta, el grupo adherente a la encargada del despacho se organiza e inicia un plantón en la explanada delegacional.
Otro tanto hacen los entusiastas defensores del “legítimo”, quien para estas alturas, como Pedro, había negado su reconocimiento y fidelidad al Mesías tropical. Todo en medio de un grupo de granaderos.
El coro fácil que nunca falta en estas circunstancias, elevó la voz para denostar la actitud traicionera del tal “Juanito” y pedir su remoción inmediata. Algo similar a cuando se arrojaba a los leones, a quien antaño osaba enfrentarse al César y éste, en su divinidad levantaba o baja el dedito, perdón, el pulgar sellando la suerte del condenado a morir.
Quien venía ocupando la silla después de un sesudo y profundo análisis, diagnosticó: Rafael Acosta Angeles, “Juanito” está enfermo de sus facultades mentales y no tiene derecho de ocupar el cargo.
Otras voces más, raudas y veloces como el pájaro corre caminos, provenientes del rumbo de Donceles, de inmediato demandaron aplicar la figura de ingobernabilidad para sustentar la destitución del osado aspirante a actor de cine quien, en el rol que le asignaron en la película, tenía que dejar el paso franco a quien, como se asienta al principio de este comentario, estaba llamada a ser la verdadera delegada política.
La máxima autoridad del gobierno capitalino, como Pilatos, se lavó las manos aduciendo que no tenía facultades para destituir al delegado y tuvo que aceptar que se mantuviera en el cargo.
En San Lázaro y en Xicoténcatl, surgieron voces demandado pulcritud, claridad y respetar el estado de derecho.
Hay demasiadas cosas en juego no solamente para el Distrito Federal, sino para el resto del país. El horno no está para bollos como bien dice la conseja popular.

Acerca de Pepe Cámara

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