Opinión

Legislativa ambiental

Dice Clara Brugada que Rafael Acosta, “Juanito”, el delegado legítimo o espurio de Iztapalapa, “está afectado de sus facultades…”. ¿De qué facultades? No lo sé. Escuché a Clara, delegada designada, efectiva, espuria, legítima, de esa delegación política del gobierno del Distrito Federal, mártir en muchos sentidos, decirlo.
Insisto, según Brugada “Juanito” está afectado ¿de sus condiciones físicas? ¿O económicas? (más cuando dejaron de pagarle el hotel donde se hospedaba, con cargo al PT, lo cual no importa mucho porque el “delegado” resultó altamente rentable para efectos de la cuenta de votos que incrementa prerrogativas) ¿O éticas? ¿O mentales? ¿Quién lo sabe?
Por allí se reunió un conspicuo grupo de especialistas en enfermedades mentales y, con base en las reiteradas y locuaces apariciones en medios del hombre de la cinta en la cabeza, determinó que sí, en efecto, está afectado de sus facultades.
Creo que no existe un diagnóstico preciso. El hombre no ha sido sometido a una valoración médica o psicológica para concluir de esa manera.
Sin embargo, de confirmarse la hipótesis, “Juanito” correrá la suerte de Abdalá Bucaram, presidente de Ecuador en los años 90, destituido del cargo por eso: por incapacidad mental.
“Juanito” está mal de la cabeza. Acaso enloqueció repentinamente. Digo enloqueció como supuesto. Suponer, no es afirmar. Existen otros padecimientos mentales. Algunos incurables y exigen internamiento en hospitales psiquiátricos. A veces de por vida.
Me pregunto, ¿quienes lo postularon como candidato a la delegación de Iztapalapa ignoraban las condiciones de salud de su abanderado? ¿Quienes pidieron el voto a su favor para resolver un lío entre “tribus” no sabían quién es “Juanito”?
Recuerdo imágenes televisivas cuando el inefable Andrés M. López lo presentó en un mitin como solución al conflicto entre Clara Brugada y Oliva Fragoso, y sus respectivos “managers, sparrings y seconds”, pidiendo que sufragaran por él, asegurando que “renunciaría” (los cargos de elección popular no son renunciables) para dar paso a la chiquitina del sol azteca y le preguntó si llegado el triunfo cumpliría su palabra de retirarse. A la respuesta afirmativa del candidato, desde la multitud alguien pidió “¡Que proteste!” y “Juanito” protestó.
Así, todos contentos.
Pero “Juanito”, era, es, impredecible. “Está afectado de sus facultades…” Dice Clara.
Bueno, el asunto es dramático, o chusco, o patético, o cómico, o trágico, o… o todo junto. Patético es “Juanito”; chuscos los asambleístas que no saben por dónde; dramáticos los apoyadores, los hay de toda laya; trágico “el que manda”; cómicos los partidos que un día dijeron sí pero no, y ahora dicen no pero sí. Típico ¿No?
Y luego se preguntan: por qué los políticos, los políticos no la política, son repudiados. Injusto, no todos son iguales.
Sin embargo, algo podemos recoger del desastre, porque desastre es a los ojos del país y allende nuestras fronteras, la experiencia que lleve a una decisión, elevada a norma constitucional: establecer como requisito a los aspirantes a cargos de elección un certificado de salud mental.
Hay quienes ante semejante propuesta dicen que mejor no. Se correría el riesgo de que las cámaras de legisladores se quedaran vacías; muchos ayuntamientos sufrirían la ausencia de sus ediles; acaso hasta perdiéramos… perdiéramos la esperanza de un México mejor.

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