Opinión

La regla de oro

“Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros,
Así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Mt.7:12).

En el sermón del monte o de las bienaventuranzas, Jesús, el Hijo de Dios, estableció la regla de oro para la convivencia social pacífica.

A la multitud que atenta le escuchaba, dijo: “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses”. (Mt.5:38).

Y añadió: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen así también los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mt.5:43-48).

¡Qué lejos estamos de la enseñanza del divino Maestro! ¡Qué lejos estamos del camino de la perfección a que nos ha llamado! Los índices alarmantes de violencia y delincuencia del crimen organizado lo confirman. La sociedad vive una constante amenaza y una creciente descomposición. Todos desconfiamos de todos. ¿Qué ha sucedido?

La respuesta es simple: el hombre se ha olvidado del Señor y de sus enseñanzas. Dice creer en Dios pero vive lejos de Él. Confiesa a Jesús pero no ejercita sus enseñanzas. No vive lo que cree y no practica lo que confiesa. La ley del talión domina su mente y corazón. Si me ofendes, te ofendo. Si me engañas, te engaño. Si me lastimas, te lastimo. Si me golpeas, te golpeo. De ahí la descomposición y crisis social que padecemos. Por ello los gobiernos asumen hoy día en sus planes y programas la seguridad como una de sus prioridades.

Si bien esto es loable, la paz social no se alcanzará por decreto o por programas de seguridad de los gobiernos. La solución está en Dios y en el corazón mismo del hombre. Cuando el hombre decida aceptar a Cristo como su Salvador personal, entonces la regla de oro encarnará en él y andará en la perfección a la que es llamado por su Señor.

Sin embargo, dos mil años de historia muestran que esto el hombre no lo puede alcanzar por sí mismo. Su fuerza de voluntad no es suficiente para amar a sus enemigos, para bendecir a los que le maldicen, para hacer bien a los que le aborrecen y para orar por los que le ultrajan y persiguen.

Luego entonces, ¿estamos ante un imposible? En ninguna manera. Sí es posible. Cuando Pedro y Juan fueron encarcelados, azotados y amenazados por haber hecho un bien a un cojo de nacimiento que había sido sanado, no se resistieron ni se violentaron, antes bien, se sintieron indignos de sufrir afrenta por causa del nombre de JESÚS, reafirmaron su fe ante el concilio y oraron a Dios para que les concediera seguir hablando con denuedo su Palabra. Cuando Esteban era apedreado por causa de su fe en Cristo, lleno del Espíritu Santo, puesto de rodillas, clamó a gran voz: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado”. Y habiendo dicho esto, expiró (Hch.7:60). Cuando Pablo y Silas fueron azotados y encarcelados por causa de la predicación del evangelio no respondieron con violencia y maldición, sino que estando sus pies atados con cadenas, cantaban himnos a Dios y los presos los oían (Hch.16:25).

¿Dónde está el origen de una actitud como la de Pedro, Juan, Esteban, Pablo y Silas? En la obra transformadora que Jesucristo hizo en sus vidas. La enseñanza de su Maestro se perfeccionó en ellos y Su ejemplo inspiró su predicación, guió su ministerio y sostuvo sus vidas.

La primera enseñanza de Jesús en el sermón del monte, cuando dijo: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”; la confirmó en la cima de otro monte, el Monte Calvario, cuando abrió sus labios para decir: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc.23:34).

Querido lector, escucha la enseñanza del Maestro y vive la regla de oro: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Mt.7:12). Por tanto, no paguéis a nadie mal por mal; sino vence con el bien el mal. ¡Estad en paz con todos los hombres!

Pastor en la Iglesia Cristiana Interdenominacional, A.R. ser@iciar.org

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