Opinión

¡El gozo de la resurreción!

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“Y estaban allí María Magdalena, y la otra María, sentadas delante del sepulcro” (Mt.27:61).

Qué cosa tan extraña es el desaliento. Ni aprende, ni conoce, y ni quiere aprender o saber. Cuando las afligidas hermanas se sentaron junto a la puerta del sepulcro de Jesús, ¿vieron ellas los dos mil años de triunfo después de la resurrección? Ellas no vieron otra cosa sino esto: “Nuestro Cristo no está aquí”.

Nuestro Cristo vino de aquella pérdida, y de Su resurrección. Millares de corazones angustiados han obtenido Su resurrección en medio de su tribulación; y no obstante los observadores entristecidos que miraban y esperaban este resultado, no vieron nada. Lo que ellos consideraron como el fin de la vida, fue la preparación para la coronación, porque Cristo permanecía en silencio, para que Él pudiese vivir otra vez con un poder más grande.

Ellas no vieron esto. Se afligieron, lloraron, se marcharon y sus corazones las condujo nuevamente al sepulcro, el continuaba silencioso y obscuro.

Así acontece también con nosotros. Cada hombre se sienta en su jardín contra el sepulcro y dice: “Este dolor es irremediable. En ello no veo beneficio alguno. Con ello no he de consolarme”. Y no obstante, en lo más profundo y peor de nuestras desventuras, a menudo yace nuestro Cristo esperando resucitar.

Donde parece que está nuestra muerte, allí está nuestro Salvador. Donde se halla el fin de las esperanzas, allí está el principio más resplandeciente del placer. Donde la obscuridad es más espesa, el rayo de luz resplandeciente que nunca se apaga está a punto de salir. Cuando nuestra experiencia se ha perfeccionado, entonces nos damos cuenta de que un jardín no se desfigura con un sepulcro. Nuestras alegrías se forman mucho mejor si hay tribulación en medio de las mismas. Y nuestras aflicciones son más resplandecientes a causa de los goces que Dios ha plantado a su derredor. Las flores quizá no nos agraden pero son flores del corazón, de amor, esperanza, fe, gozo y paz. Estas son flores que se hayan plantadas alrededor de cada tumba sumergida en el corazón del cristiano.

“Como el grano de semilla en la tierra debe entrar, vuestros cuerpos igualmente en la tumba habrán de estar; esperando del gran día en las nubes la señal, y que la final trompeta llame a todos por igual”.

Querido lector: ¿Qué tan profundo y obscuro es el sepulcro que está frente o dentro de ti? Tal vez piensas que todo está perdido y no hay rayos de luz y esperanza para ti. Pero al igual que aquellas mujeres, en la obscuridad más densa del sepulcro brillará la luz de Dios. El gozo y paz que trajo la resurrección de Jesucristo al corazón de aquellas mujeres y a los que hemos creído en el Cristo resucitado, es el mismo gozo y paz que Dios pondrá en ti.

¡Levántate, resplandece, que la luz de Dios brillará en ti!

*Pastor en la Iglesia Cristiana Interdenominacional. ser@iciar.org

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