Notas

LEA falsea el 68, ¿qué ganó la nación?

 

Periodista testigo del 2 de octubre

A 40 años de la masacre de Tlatelolco es engrosada la avalancha de mentiras sobre lo realmente sucedido el 2 de octubre trágico, perdiéndose además la esencia del movimien-to estudiantil. A menudo apa-recen escrito-res que idean cuentos, sin saber ni la hora de la balacera.

El entonces secretario de Gobernación, Luis Eche-verría, incre-menta false-dades, descar-gando todas las culpas en Gustavo Díaz Ordaz. Ahora menciona la fantasía de que el Comité de Huelga estudiantil fue armado por la Unión Soviética con apoyo de Cuba.

Cuando vivían Díaz Ordaz y quien fue secretario de la Defensa Nacional, general Marcelino García Barragán, Echeverría no dijo que en Tlatelolco “murieron soldados, oficiales; del otro lado, estudiantes”, como hoy asegura.

En calidad de responsable de la política interior o como candidato presidencial o siendo ya primer mandatario, Echeverría jamás mencionó militares muertos. Ni el gobierno precisó cuántos civiles cayeron. Oficialmente, se informó que el general José Hernández Toledo, comandante de fusileros paracaidistas, había recibido un tiro, lo cual quedó en duda porque ni trascendió su hospitalización.

Durante cuatro décadas, Echeverría no tuvo valor para decir que el general García Barragán simpatizaba con el secretario de la Presidencia, Emilio Martínez Manautou, para que éste fuera candidato al gobierno de la República. 

En actitud de desprecio a quien lo inventó como candidato presidencial del PRI, manifestó LEA de Díaz Ordaz que se le caricaturizaba “con la boca abierta y la trompa bien parada”.

Recuerda, al menos, el ex presidente que el conflicto nació de una pelea, en la Ciudadela del DF, entre estudiantes de la Prevocacional 6 y la preparatoria Isaac Ochoterena. Pero luego soltó la infame mentira: Que los jóvenes fueron motivados por “los comités de huelga”.

Cuando sucedió ese pleito, a puñetazos y puntapies, no existía ningún comité de huelga. Todo hubiera quedado en eso, pero el subjefe de la policía, general Raúl Mendiolea Cerecero, llegó con un piquete de granaderos y la emprendió a macanazos contra los rijosos. 

Ni los policías llegaron “armados con fusiles”, ni los muchachos fueron “armados por la Embajada soviética”. Después de leer esto se explica por qué se empezó a hundir México a partir de Echeverría.

Es falso, igualmente, que cuando creció el movimiento, uniéndosele grupos de izquierda, el grito fuese de “no queremos Olimpiada”. Jamás escuchamos esa aberración quienes reporteamos las marchas de protesta, una de las cuales impactó al mundo porque fue silenciosa.

El último orador del movimiento clamó esa tarde del 2 de octubre, en el tercer piso del edificio “Chihuahua”, que se suspendía la marcha de Las Tres Culturas al Casco de Santo Tomás, en el Politécnico.

El mismo orador dijo que no habría más marchas ni mítines, hasta que concluyera la Olimpiada, la cual fue inaugurada 10 días después ante la enlutada nación.

Escribí entonces y sostengo que cuando cayeron dos luces de bengala de un helicóptero, los soldados apostados en el puente de Prolongación de San Juan de Letrán iniciaron el fuego, saltando a la plaza, ya histórica.

Hasta esos momentos no se había escuchado ningún disparo y la señal de las bengalas fue para los militares, no para los estudiantes.

Transcurridas cuatro décadas, historiadores veraces deben hacer precisiones sobre lo realmente sucedido en 1968 y analizar si el movimiento fue en realidad un “parteaguas” para México.

Porque quienes pregonan el fin del autoritarismo con Díaz Ordaz no admiten que aún existe. Y la democracia de México es tan gris como una lápida de panteón. Desde el 68 padecemos profundo retroceso por la gracia de tecnócratas y entreguistas de derecha. Ellos son los ganadores.

 

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