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Un poemario que evoca los viajes en ferrocarril

Para Carlos Ortiz Zúñiga la poesía debe ser entendida como un reflejo del rostro de la sociedad, de sus problemas, historia y como un recurso para evocar emociones, propuesta que se materializa en su libro “Trenes para nombrar la soledad”, publicado dentro de la colección Ignacio Manuel Altamirano del Instituto Guerrerense de Cultura, en coedición con Praxis.

En entrevista con Conaculta, el autor recordó que esta obra nació de una investigación sobre la historia de los trenes en el estado de Guerrero; recopiló abundante información sobre los proyectos para concretar este tipo de obras, que nunca se lograron realizar, pero que afectaron a los pobladores de las comunidades en las que estaban proyectados ubicarse.

De esta manera descubrió cómo podía establecer un vínculo emotivo entre los ferrocarriles y la vida de las personas, lo cual sirvió para desarrollar una serie de poemas que evocan a los antiguos viajes de estos transportes por el país, que llegan a las nuevas generaciones a través de narraciones de los abuelos o de los padres.

Carlos Ortiz Zúñiga detalló así la forma como desarrolla su actual producción literaria, pues como él muchos jóvenes tienen como única experiencia haber viajado en el metro de la ciudad de México, “pero nada más, para los de mi generación el viaje en tren es algo imposible, por lo que a partir de mi investigación histórica me encontré con la posibilidad de generar una poética propia.

“Es interesante lo que pasó en Guerrero, donde a mediados del siglo XIX se abrieron varios proyectos para llevar el ferrocarril a la entidad, pero nunca se concretaron, así que las vías llegaban sólo hasta Iguala, donde hace unos quince años se quitaron, debido a la falta de apoyo gubernamental. Ahora, desde luego hay trenes, pero no son ni de pasajeros ni vistos como una señal de progreso.

“El vínculo con la poesía lo realicé a partir de varias referencias en ese terreno, el de la escritura, pues se trata de un recurso comparable al del barco, seres gigantes que son vencidos por el paso del tiempo, pero que dejan una huella profunda en la vida de las personas. De eso se trata mi obra”.

De esta manera, Carlos Ortiz Zúñiga toma el hecho histórico como una ausencia en la vida de los guerrerenses, lo asocia con la orfandad y desarrolla imágenes poéticas evocadoras de esas emociones, para así presentar una propuesta nostálgica marcada por la ensoñación y el recuerdo.

“El tren es una figura muy atrayente para los niños y de los recuerdos más vivos que conservo de esa etapa en mi vida, es de cuando mis papás nos regalaron a mi hermano y a mí unos trenes de latón con los que jugamos por mucho tiempo. En mi adolescencia, con esa referencia en mi memoria, me gustaba mucho tomar fotos en los viajes, hechos en automóvil desde luego, pero en mi imaginación yo estaba subido en un tren.

“Nunca he viajado en uno de ellos, pero la sensación de querer estar en uno me sirve para generar mi poética; de ahí la idea de que esta situación es como un orfandad para muchos mexicanos, porque los viajes ahora se hacen por carretera, pero son muy rápidos, no hay tiempo de contemplar el paisaje como ocurría en los ferrocarriles, de lo cual nos enteramos gracias a las narraciones de los abuelos o bien de otros escritores, pero sólo a ese nivel, son una evocación, un sueño, que son los terrenos propicios para la poesía”.

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