En Ambiente

Río

Río al atardecer.

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Miles de arcoíris rumbo al ocaso, remanso de torcazas para la primicia del coral nocturno con el señuelo de aquella voz de niña-mujer acariciada por una corriente de frescura, reposo en la abundancia, gibas donde un peregrino de papel recorre un pasado con sabor a lima y es voz de flauta el mensaje amoroso de la pubertad.

Delicuescente vientre para sanar el olvido en un mundo ingrato plagado de ausencias, plegaria de ondas vivificantes y destellos de melenas doradas.

Río al anochecer.

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Encrespada vitalidad camino al mar distante, no dormita aunque nosotros durmamos y lo olvidemos. Quizás guarda su rumor allá en lo alto de la montaña-matriz para mañana —cuando Helena ponga nuevamente su mirada en las ondas que esta noche reflejan el baile de las luciérnagas en procura de continuación—, traer, otra vez, el himno armónico de la conservación.

Joven río cuando yo era casi parte del renuevo, viejo río ahora encanecido, encrespada vitalidad camino al mar remoto, en la repetición nocturna bullen delirantes de luna tus ondulaciones en espera de otra aurora.

Ése —mi río—, es la visión litúrgica recuperada del vientre oscuro y serpenteantemente donde duerme el abecedario para, temprano, renacer en la plegaria del poeta.

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