En Ambiente

Aura pestífera.

Depre994Debajo de aquel amasijo de andrajos hediondos hay un rescoldo de “príncipe azul”. Alguna vez fue una alegría tras nueve meses de espera, un gozo con su primer llanto y una expectativa familiar. No hace mucho tiempo creaba futuros promisorios trastocados en esa fetidez ambulante a la que evitamos en cercanía con el juicio amargo impuesto a esos miserables desconocidos arropados con lunas de alcohol y educados con volutas de tabaco; ¿comida? la encontrada en algún rincón y reñida con los perros callejeros.

Llega a la tienda y balbucea de su pasado, de tiempos de felicidad cuando era un destacado profesional respetado —afirma y los cercanos lo dudan con una sonrisa conmiserativa, porque alguien con estudios no despeña al nivel de espantajo repugnante con halo de orines y heces—.

Nadie sabe con rigor en dónde vive ni desde cuándo deambula en tal estado. Imposible otorgarle alguna edad al que el consumo del licor mal procesado le dañó notoriamente la mente. Desaparece por días y cuando es casi olvido aparece aquella melena enmarañada, sebosa, la barba hirsuta, las uñas negras, la mirada enrojecidamente empañada en la dejadez y la putrefacción en su boca desdentada: la piltrafa humana nos cerca con su mal olor y el de un perro escuálido, tanto o más que aquel.

No queda ni el gusto por la caridad ni argumento para la piedad, porque además, su mal carácter encuentra receptor en quien, por desconocimiento, le queda cercano. Mal hablado, lépero, ofensivo, el tartajeante discurso pregona un temperamento calificado hasta hace poco de “bilis negra”, ajeno a cualquier delicadeza o misericordia.

Alguna vez en la ignorancia, al faltarle cinco pesos para cubrir el importe de su botella y con afán de liberarle de más vergüenzas en la discusión, un alma cándida ofreció cubrirle la diferencia, logró una cadena de reproches por la humillación, por la ofensa pública como si él demandara la compasión de otro, él que alguna vez fue quien fue… cargó su defensa con un rosario de improperios, todos los términos ofensivos le parecieron pocos para levantar su autoestima y maldecir el atrevimiento para alejarse iracundo, sin botella y sin dinero. (Horas después regresó por ella —la botella—.)

De éstos hay muchos en todas las clases sociales, la diferencia es que a algunos con recursos —pocos o suficientes— se les esconde mientras otros vagan a su suerte con su mísero peculio. La mentes bien cimentadas dicen que son enfermos y generalizan que todos los que dependen de algún agente externo son enfermos, afirmación piadosa para no destrozar una pirámide con el término de perversión moral colectiva.

Muchos seres evaden una realidad que les atormenta, en ellos, la solidez —nuestra aliada fugaz— es ausencia e inacción. Ellos necesitan muletas para continuar, porque, sin ese refuerzo la vaciedad inclina hacia la decisión drástica e irreversible.

Y esto adquiere membrete de tragedia colectiva cuando, para adquirir el elemento que los aparta de la frustración no confesa ni asumida, ante el derrumbe de las expectativas, agreden a sus reales semejantes que aún no descienden al nivel de bestialidad en procura de un poco de “éso” para evadirse y no sufrir el agobio del fracaso.

—oo—

Le aseguro que mañana o pasado en la cercanía de aquel fracaso de “príncipe azul” me alejaré de sus hediondos harapos y maltrato. Al final, es más fácil castigar con el desprecio la falla individualizada y medida en la atomización social que apostrofar a un sistema social que genera tal frustración en proyectos de vida que ahora necesitan unas muletas para evadir su realidad aterradora, de algún soporte para adormecer todo preludio de sensibilidad y ahogar el entendimiento embotándolo con lo que esté al alcance con unas monedas, porque sin tal apoyo, él claudicará irremediablemente.

¡Sí! es más fácil individualizar la distorsión social que muestra su decadencia harapienta impregnada con la pestilencia de sus orines y excrementos. Uno resulta incapaz para su rescate, para ofrecer una ayuda a fin de vencer el espantajo interno, porque uno mismo necesita un soporte para continuar y de vez en cuando sonreír. Algo que nos salve todavía.

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