En Ambiente

Al garete

depre1017Hace ya muchos años —don Roque lo narraba en desastres por el repetido “norte”— encalló en las arenas de la playa veracruzana una goleta extraviada doscientos años antes. Dicen que, saqueados los pocos bienes servibles quedó la estructura pudriéndose lentamente en su accidentado resguardo y que, por las noches, un bailoteo de luces macilentas surgidas de entre el carcomidos maderamen acompasaba un canto marinero en sordina de caracola.

Las historias antiguas van siempre de menos a más para terminar en el esbozo de un centón zurcido para dar verdad a la crónica de un grupo de marineros enronquecidos por el ron que, por no encontrar la paz, perturbaban la tranquilidad ajena, sobre todo en las noches de luna nueva, cuando ni siquiera el más osado llegaba cerca del rescoldo por temor de perder la cordura y libertad enganchado a la progenie venida de sabrá quién de dónde.

No faltaron rezos, misas, ofrendas de aguardiente bendecido ni exorcismos en procura de la paz de los vivos antes que de los descarnados, todo sin remedio. Afirman los lugareños —sin mucha base racional— que a la hueste pendenciera la evaporó el silencio y que el mismo ron santificado perdió cuerpo, sabor y fuerza a la par en que llegaban sigilosamente el asfalto y el cemento. Lo cierto es que en esa región porteña el gimoteo marino no es el que rompe hoy el sosiego en las noches de turbamulta humana que lo único que guarda de aquel pasaje de su historia son las desabridas frases supuestamente entonadas por aquellas voces que envilecidas cantaban con el son extraído a un destemplado laúd y un tambor percutido con vibrar de zurriagazo. De esos supuestos cantos noctámbulos hay dos versiones sumamente diferentes entre ellas, que por respeto a las atenciones y para no tomar partido quedan aquí expuestas:

Cantinela 1.
Quinientas cuarenta y ocho lunas atadas
testimonian la danza en desolado
bajo las ondas espumosas del océano,
abatido el vigor en las velas maltratadas.

Desde el nido del cuervo baja
áspero canto lleno de sol y ron
agobiado, de papel un corazón
liba por la dama en la baraja.

(Cruel señora en la turbulencia emplazada,
noctámbula ilusión, silente en premio,
romanza encadenada al marino gremio,
nunca cercana a mi espera dolorida.)

Cuando sólo pedía tu ayuda
—mi socorro personal—,
henchida la vida en adelantado augurio,
agobiado por palabra de fatal perjurio,
dejóme desteñida y raída, la tela sotanal.

Cantinela 2.
Esa vieja luna me susurra
¡volverá!
y por la mañana tropieza
en la misma antigüedad.

Si una vela equivocó el destino
otra sea la guía postrera,
para encauzar firme la proa irresoluta
que desde la cuna a su fin signó sin tino.

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