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Expulsados de sus pueblos por la miseria, un millón de marginados indígenas vive en el DF

Se dice, y se dice bien, que para resolver los problemas en la Ciudad de México y su Zona Metropolitana, “lo primero que se necesita es resolver los problemas en el país” y la existencia de aproximadamente un millón de compatriotas, procedentes de las 60 zonas de etnias que sobreviven en nuestro territorio nacional, así lo confirma fehacientemente. Padecen, de hecho, una nueva forma de esclavitud.
Para que esa afirmación quede clara, es necesario precisar que la Ciudad de México es, en un porcentaje muy elevado, la gran caja de resonancia de lo que ocurre en todo el suelo mexicano, porque los problemas que no encuentran salida en la provincia, en el Distrito Federal puede darse la respuesta que se busca.
En esta forma, nuestros indígenas que son los dueños auténticos de la tierra en México, ahora, en nuestro tiempo, en que en medio de tantos despojos sólo se les ha dejado usar lo peor, la vida en sus comunidades les resulta imposible.
Tienen, como consecuencia, la imperiosa necesidad de intentar que en la Ciudad de México donde por tantas otras carencias de mexicanos de distintos niveles, la capital aumenta diariamente a razón de más de mil personas que viajan a la Metrópoli en busca de la añorada sobrevivencia.
En el caso de los indígenas que llegan a la capital en pos de la oportunidad deseada, las cosas en la Ciudad de México les han sido, son y serán difíciles, porque además de la escasa preparación que les han dado las autoridades educativas faltando así gravemente a sus deberes la SEP, el obstáculo que suele ser barrera infranqueable, es el del idioma. Los mexicanos procedentes de las etnias, en muchos casos, sólo hablan el dialecto de sus lugares de nacimiento.
El sector indígena en la Ciudad de México, no obstante que ya rebasa el millón de personas, según cifras de la Procuraduría Social del D. F., vive en condiciones de marginación. Por lo general, según dicha dependencia del gobierno del Distrito Federal, se dedican al comercio ambulante. Algunos con suerte, puede que consigan trabajo como veladores en alguna fábrica, en alguna obra en construcción.
Y junto al proceso de desculturización en que entran al residir en la gran ciudad, pasan a formar parte destacada de los marginados que integran la última escala de nuestra sociedad. A partir del año 2000, la vilipendiada clase indígena, tanto en sus lugares de origen, como en la capital mexicana, tiene que afrontar muy serios obstáculos para no morir de hambre.
La Confederación Nacional Campesina –CNC–, señala que “los originarios dueños de la tierra en México, nuestros indígenas, son merecedores de que en sus lugares de procedencia, dependencias federales como la Secretaría de Desarrollo Social, conozca sus carencias, para que, sin son satisfechas, no haya necesidad de que abandonen el lugar donde se encuentran enterrados sus antepasados.
Según la CNC, el indígena mexicano sufre en sus pueblos a que han sido reducidos por causa del despojo de sus mejores tierras, a espacios áridos, sin la suficiente agua para satisfacer necesidades personales y de riego de sus tierras, en forma eficiente
Indica que no disfrutan de créditos para que ellos mismos, con fertilizantes, mejoren sus superficies destinadas a la agricultura.
La discriminación y la miseria flagela a los indígenas en la capital, igual que en sus lugares de procedencia, aunque desde luego en distinta forma. Aquí en la gran ciudad, estos compatriotas, reducidos a la minoría de edad, en materia de oportunidades de trabajo y de educación, habitan , en unos casos, en las faldas de los cerros por parte de quienes tienen su actividad en delegaciones periféricas.
Si el centro es su área de actividad como ambulantes, entonces incurren en la temeridad de ocupar viviendas dañadas por el terremoto de hace 24 años y pese a que se hace la advertencia en rótulos colocados en lugares visibles sobre el peligro mortal de ocupar esos inmuebles, ellos las convierten en sus domicilios.
La Merced es uno de sus sitios preferidos para vivir y trabajar. La Alameda Central es su paseo predilecto los domingos.
La miopía de funcionarios de dependencias federales contribuye al flagelo en que viven nuestros indígenas en su propio país. No debería ser así, pero, por desgracia, hasta la fecha no se ha reestructurado un programa integral que dignifique al indígena.

mmc.informacion@yahoo.com.mx

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