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El Bosque de Tlalpan, ¿cómo llego ahí?

Ana Herrera

Ubicado en un ángulo formado por Periférico e Insurgentes Sur y escondido en el trazo donde se junta el Camino a Santa Teresa y la calle Zacatepetl, se encuentra el bosque de Tlalpan, tal vez el símbolo ecológico que más puede asociarse con la magnitud de los recursos naturales con los que cuenta la demarcación más extensa de la Ciudad de México.

En enero de 1997 fue decretado como Parque Urbano, bajo la categoría de Área Natural Protegida. En 2011 cambió su rango a “Zona ecológica y cultural”, debido a las evidencias antropológicas que se encuentran dentro de sus 252 ha. y por los beneficios ambientales que aporta a la megalópolis mexicana.

Dentro de su suelo se encuentran dos características distintas: una propia del pedregal y la otra del bosque de pino. A simple vista, su carácter cultural pareciera estar basado principalmente en las actividades artísticas que se promueven y difunden en la Casa de la Cultura, ubicada a un costado de la entrada peatonal del bosque, pero, en realidad, éste proviene de un tiempo más antiguo.

En la superficie del bosque, que se extiende sobre el cerro de Zacayuca, se asoma la imagen de una obra arquitectónica perteneciente a la época de los Cuicuilcas: la pirámide de Tenantongo, conocida también como Cuicuilco C.

La existencia de esta pirámide en el interior del bosque tiene su origen en la actividad del Xitle, ocurrida hace más de 2 mil años, la cual significó el entierro de la civilización Cuicuilca y de sus principales edificaciones.

En entrevista para Mi Ambiente, el biólogo Ricardo Calderón expresa que el ecosistema del Bosque de Tlalpan, además de tener sus orígenes en el pedregal emanado del Xitle, tiene una raíz más profunda originada en otro pedregal más antiguo que brotó posterior a la erupción del Ajusco, cuyo cráter se encuentra en la montaña conocida como “Pico del Águila”.

Y precisa que “este mosaico de vegetación, al ser tan específico requiere de cuidados de la misma magnitud. Este pedregal es único en el mundo. Un ecosistema que no existe en ninguna otra parte, con plantas específicas, endémicas y originarias, resultado de erupciones volcánicas. Incluso, hay una zona de preservación estricta, una zona donde no debe haber actividades humanas”.

Una manifestación de sustentabilidad
Aunque actualmente el Bosque de Tlalpan es un importante ecosistema, su origen no es tan natural como lo podríamos pensar, sino resultado de una creación conjunta entre la Naturaleza y las actividades del ser humano.

Una vez perpetrada la conquista española y establecido el «Marquesado del Valle» desde Cuernavaca hasta Coyoacán, el área comprendida por el Bosque de Tlalpan abarcó el cerro de Zacayuca y una extensa planicie en donde se construyó la Hacienda de Peña Pobre, actual Parque de Loreto y Peña Pobre, ubicado a un costado de Plaza Cuicuilco.

Posteriormente, la Hacienda de Peña Pobre se convirtió en una fábrica dedicada a la elaboración de papel, pero no fue hasta la llegada del inmigrante alemán Alberto Lenz, a finales del siglo XIX, que esta área comenzó a padecer alteraciones, modificaciones y reforestaciones para extraer la materia prima de la industria.

La política ambientalista del recién inaugurado PRI, junto a los esfuerzos de Miguel Ángel de Quevedo y de la familia Lenz, se enfrentaron con la complejidad del suelo del pedregal, conformado por amplias extensiones de roca volcánica para lo cual se hizo necesario reforestar con las especies más indicadas como mimosas y eucaliptos para fijar el suelo y aumentar la humedad, con lo cual se lleva cabo un círculo en donde ambos, Naturaleza y hombre resultaron ganadores: la zona se complementó con árboles originarios y pinos, cedros y oyameles, estos últimos, los más idóneos para la fabricación de la celulosa que origina al papel.

Sin embargo, la reforestación de esta zona puede representar una cifra de un 30 por ciento.

Posteriormente, tras los conflictos legales por el giro de la empresa fabricadora de papel, el Gobierno del Distrito Federal adquiere el Bosque de Tlalpan para establecer un parque zoológico, ubicado en la parte superior que permaneció abierto al público en general hasta el año de 1988, en el que había venados y hasta búfalos, de acuerdo al testimonio de Sandra Herrera, habitante originaria de Tlalpan del barrio de la Joya.

Además de ser parte medular del calificativo que se le otorga a Tlalpan como «Pulmón de la Ciudad de México», el Bosque de Tlalpan tiene un carácter misterioso por la presencia de la Pirámide de Tenantongo en la parte alta del bosque que tiene un valor antropológico sorprendente por su relación con Cuicuilco.

No obstante, a pesar de tener una de las mejores pistas para correr en la Ciudad de México, es prudente señalar que las 252 hectáreas del bosque se encuentran sujetas a cambios administrativos que dificultan su manejo.

Aunado a este conflicto, la imagen del Bosque no es la mejor, pues debido a su extensión territorial, se puede tornar inseguro, riesgoso y peligroso. Sin embargo, con un debido despliegue de información sobre la importancia de esta zona para su conservación, al igual que en todas las reservas naturales de Tlalpan, se puede fomentar el sentido de pertenencia de manera consciente y activa sobre el jardín sureño de la Ciudad.

Al respecto, una frase del filósofo Miguel de Unamuno que dice: «Hubo árboles antes de que hubiera libros… Y acaso llegue la humanidad a un grado de cultura tal que no necesite ya de libros, pero siempre necesitarán de árboles, y entonces abonará los árboles con libros».

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