Campus

Una pequeña posibilidad

Cabe la posibilidad del perdón –o de menos ignorar– la estulta pasión de ese hombrecito por el coro celestial de sus herramientas, la aspiradora durante el aseo, el chirriar de la matraca y el golpeteo de las pinzas, las llaves y desarmadores sobre el asfalto.
Casi resulta comprensible la inevitabilidad del escurrimiento de aceites y solventes durante la faena mecánica acompañada del incesante aullar desde las potentes bocinas con las cuales alegra su hacer, impuesto su gusto musical con todo vecino en el asentamiento humano; para después, llevar el estruendo exterior al reino interior donde ahógalo los furores del taladro y la pulidora para la transformación de los setenta y dos metros cuadrados en un Buckingham eternamente en proceso, actividad lúdica interrumpida cíclicamente con las  andeces transmitidas a través del moderno aparato de telefonía celular ante el cual ríe y responde con la estridencia de sus ochenta y cinco palabras mal pronunciadas y pero acentuadas; da uno por cierto que el mismo Job penaría ante el estentoreo aullido y su lépera felicidad por el resultado en el enfrentamiento de su equipo favorito.

Casi sucedería el milagro de la comprensión humana, si no fuera porque, en la vida diaria, el  personaje no escatima la oportunidad de firmar con gran alegría la joda periódicamente practicada en los árboles nacidos y crecidos antes de que a la necesidad social le diera por crear este panal de vida humana, ámbito en el que, furibundo, repudia la manifestación de las aves, el arrastre de las hojas por el viento y en donde es eterno y “juicioso” Salomón de todo razonamiento ajeno, de los placeres ocultos, acallados, agotados, virtuosos, vacíos o impuestos –mientras sean ajenos–. Hombre al que afrentan las variaciones térmicas y atmosféricas: desea la imposibilidad geográfica de una buena nevada cuando el sol quema, riñe al viento por traer las polvaredas y angustia a su vida la pertinaz lluvia o el chubasco extemporáneo; pena por el calor durante el invierno y refunfuña durante su agosto mental; gime por su cerveza al mediodía para desaguar semioculto entre los setos ralos y maltratados por el ocio humano.

Casi podría uno perdonarle todo si no reprochara los ladridos de los perros en la calle –arrojados a ella tan pronto terminara su etapa de cachorro– el maullido de los gatos en las cercas, el estorbo de los pájaros y las palomas en la plancha de concreto, las quietas lagartijas al sol, la obra desequilibró el apoyo de moscas, ratas, ratones y de las arañas en los rincones, las babosas a la cucarachas. sombra de los muros, las lombrices y gusanos Casi podría… pero hay situaciones en que visibles en el ralo pasto y la multiplicación vital la benevolencia y la aceptación resultan derivada por la moderna comodidad doméstica que imposibles.

Acerca de Víctor Manuel López Wario

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