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Una feria especial

Caos. Acrílica sobre corrugado. 29.4 x 23.3 centímetros.

Con el corte de un listón encarnado con flecos dorados en ambos extremos y estruendosos aplausos de los concurrentes inició la presentación de la feria del libro, exposición anual en el acuerdo comercial para la presentación de nuevos títulos y el desplazamiento del enorme inventario editorial.

En el transcurso de quince días, las casas editoriales ofertarán los textos editados durante las cincuenta semanas previas, algunos cuyas reediciones pregonan el éxito comercial y muchos otros a los que olvidará el toque de la varita mágica publicitaria amparada por la ley de la oferta y la demanda. Bullicio predominante en la ingeniosa colocación de las isletas atestadas con libros y que halan, más que dirigen, el paso de los visitantes de un establecimiento a otro.

La iluminación estudiada para cada local favorece los decorados, el colorido distintivo en armonía con la belleza y el uniforme de las promotoras, de las góndolas y la folletería en consonancia al relajante fondo musical apenas por sobre el murmullo de las voces atraído por los extractores de aire que escasamente deja en el ambiente el peculiar aroma a papel y tinta, telas y goma para el encuadernado de una enorme variedad de diseños y formas que compiten por la atención de los visitantes.

Cada “cajón” diferenciado con logotipo, morfotipo y emblema de cada una de las casas editoriales participantes denota la capacidad y escaño en la pirámide del éxito editorial. Y no hay límite para el pregón, desde las frases célebres de personajes célebres que aportan todo el añejo pasado sobre el catálogo de las publicaciones hasta la leyenda “ingeniosa” con pretensión de innovadora sobre los avisos y mantas revisten los paneles de los locales y encuentran acomodo en los pequeños señalamientos con pie colocados sobre montones de libros apilados en bruñidas mesas amparados por grandes descuentos. Enormes carteles con rostros de los personajes reconocibles no obstante la traza modernista, representaciones tridimensionales de los logotipos de los expositores, ajustados uniformes para las damas promotoras… son los elementos del reclamo en pro de los mil y más títulos en los libros de bolsillo, grandes (en tamaño y extensión) enciclopedias, multicolores empastados de lujo, sobrias ediciones en rústica; obras de la cultura general, recientes títulos para el público infantil; títulos que pregonan el reducido mercado de las especialidades en ingeniería, contabilidad, comercio, Medio Ambiente…; el tentador título que entre chismes y estadísticas narra las andanzas de aquel politiquillo con la actricita que da pie para aclarar la situación económica del país enfrentado al elenco de los temas socio-político-económico-religioso entre el que usted encontrará origen y solución para todos los conflictos terrenales y etéreos.

Por eje de todo aquel universo de papel está una sala de conferencias en donde sujetos a estricto programa, “los personajes de la pluma” verterán sobre el visitante ese cúmulo de vivencias y sufrimientos que les permite tutearse con Sócrates, Cervantes y con el mismísimo Hammurabi, denostar a Freud, corregir a Bradbury y denominar insensato al personaje que en algún remoto (o cercano ¿quién lo sabe?) mañana aceptarán por su par: la sabiduría humana vertida a través de un micrófono y cientos de firmas sobre la primera página de la esperada publicación.

Resulta inexcusable no destacar la ubicación de esa case editorial cuya oferta son las bellas enciclopedias que adornarán todo hogar respetable, hermanadas al grueso e indispensable diccionario que colocaremos junto al jarrón, al lado del perrito de porcelana o quizá mejor, bajo el reloj que aún da la hora casi exacta mediante la aparición de un cucú de plástico.

Un reducido y apenas funcional local alejado del estruendo y muestrario de piel femenina, contrasta con su parca luminosidad y el color neutro de los tres tablones que le constriñen. Al centro y tras un escritorio rústico, un viejecito bajo múltiples trozos de rústico papel pendientes del falso techado repite monótonamente: “¡Gratis! Adopte una palabra y le entregamos dos”, mientras disfruta de su tasa con café y tutela una esperanza enmohecida.

Acerca de Víctor Manuel López Wario

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