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Tormenta en la clepsidra (I)


Lluvia al amanecer. Acrílica sobre cartulina. 28 x 10.7 centímetros.

Perdió la hortensia su simulación sobre la tierra del prado,
bajo una cúpula ya no viridina, ahora negro amarillenta.

Un sol quemante sobre el muro irrumpe en el sueño apacible del gato,
y, bajo el mascarón, los surcos opacos esconden las canciones
aprehendidas en la entraña
de la arboleda, en donde alguna vez –hace tanto-,
brotó de la garganta oprimida un anhelo,
la manifestación desarraigada al “Yo”: soledad dividida entre dos.

Cargo en el alma -¿figura fantasmal?-
los macetones y macetas,
relicario para todos aquellos compañeros animales
que pulsan con su ausencia el presente;
aún reprocho al tráfago ajeno
la muerte de tres amapolas coloridas,
el ausente frescor en donde fuera mi río
(los lirios, las libélulas, los mosquitos, los sapos…),
el aroma de las huertas silenciadas con ruidos pestilentes
y descuido oculto bajo una plancha de concreto.

Las nubes ya no escudan osos, perros, elefantes, barcos ni gigantes,
los borregos jalonados abandonan su descanso para ser penuria pasajera
sobre otra angustia latente.

De la ventana con descanso de cantera, herrada (hoy tapiada),
No brota el trino del gorrión, de los tzentzontles, del cardenal,
de la calandria…
ni al aire bate el peligro en forma de halconcillo,
(demonio indiferente ante el terror de las palomas).
Ya los helechos no sueltan con el viento sus hojas oro viejo
-mustia verdad- ni está en tu casa la alargada y gruesa
poza de barro cocido,
para el agua fresca traída sobre un sediento burro madrugante
que anticipara la hora de la leche, al reclamo metálico desde
la alta torre,
antes del ocio callejero de los juegos reinventados,
de la verdad ruborosa, del estremecimiento incontrolable.

Declinará el sol –otra vez– sobre lo que fuera una laguna,
en la plancha de progreso buena para nada
con su doble olvido y basura reciente.

Buscaba sobre el tallo el ángulo adecuado para nimbarlo
con el cuerpo de mi estrella;
para contrariarme, la luna eclipsa al conejo tras el puente,
las nubes rasgadas huyen hacia el sur
y la bruma esquilma todo asomo de razón.

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