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Soldaditos de cristal*

depre749
La «torre mocha». Templo de El Rosario (Lagos de Moreno, Jalisco). Aguada sobre papel. 18 x 27 centímetros.

Lluvia del aguacero,
lluvia de agujas de acero,
lluvia de olores y ruidos
que me mueves el alma y los sentidos.

*Fragmento
Francisco González León (1862-1945)

En la techumbre, tras la torre mocha del templo de El Rosario para evitar la enceguecedora luminosidad del amanecer, la vista recorre a la inversa la traza del río que baja desde el oriente adornado con los rebollones bajo los cuatro ojos almendrados del puente de cantera rosa. Espacio en donde el boticario Francisco González León publicara a los 46 años «Maquetas», libro de poemas ensalzados por el jerezano José Ramón López Velarde y Berumen, quien tomara del poeta laguense algunos elementos y giros para estructurar su obra.

Hacia arriba del río, en las calles empedradas, los habitantes escucharán el crujir de la máquina, el gemido de las maderas y del metal, impregnada la atmósfera circundante con el olor de la tinta sobre el papel de «El Imparcial», donde Gabriel López Arce firmara su trabajo redaccional con el seudónimo de «El duende gris», para cambiar —con esposa e hijos— su tierra natal por el exilio californio en consecuencia a los dichos y opiniones expuestas respecto a la situación social durante la última etapa del porfiriato, que esta región también tuvo sus sobresaltos de imborrable evidencia desde antes del movimiento independentista. Pueblo en el que las imbricaciones bélicas franco-mexicanas durante el Segundo Imperio quedó en los folios de la correspondencia invasora a semejanza de las convulsiones durante los movimientos sociales de inicios del siglo XX. Todos ellos, no fueron sino continuación del mismo problema ancestral con periodos breves de paz languidecente que hoy son más una celebración que conmemoración, desechada la orfandad, la viudez multiplicada, el abandono de las tierras y la destrucción de las riquezas y la pobreza; de hatos y huertas, perdido el dolor multiplicado entre las trazas, el trueno luminoso y el humo de la cohetería.

Ese río fue la referencia cotidiana para el maestro don Esteban Wario Hernández, traspuesto el color, los aromas y el rejuego vital sobre el espacio bidimensional en la práctica de la perspectiva, donde un puente rudimentario hermanara el centro de comercio con los espacios productores de las granjas, rancherías y haciendas, de vaguadas, vaquerías, sementeras y sembradíos —antes tan lejanos—; de la población flotante venida con recuas o a pie tomará «al vuelo» el rostro taciturno, dolorido de hombres y mujeres que mudados y en otro tiempo/espacio serán la compañía cálida para el bienaventurado nacimiento creado con cartón, goma y pinturas levantado ante el altar mayor de la Parroquia de la Asunción, y ahí, en la alegoría, la línea serpenteante simulaba un trozo de su río cotidiano aprehendido desde la protección tras la torre mocha del templo de El Rosario para evitar la enceguecedora luminosidad del amanecer.

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