Campus

Polvo sin lluvia

Pergamino humano. Acrílica sobre corrugado. 13.3 x 24.1 centímetros.

Talento quebrantado o torpeza consumada: nada significan hacia atrás o en el reto al futuro el nombre ni el lapso temporal asentado en cifras —mezcla de arábigos con romanos— en el flujo de ideas, sensaciones, pecados y virtudes aniquiladas dentro del amasijo reseco, ilusión tránsfuga de una vida evaporada, evidencia yerta que a nadie importa y sirve para el lucimiento de un ingenioso visitante por tu vida desportillada.

 

¿En qué célula de esas cuencas hundidas quedaron las imágenes gratas y amadas, aquellas otras dolorosas y el estrellado de las noches en desvelo, la rutilante gloria de la vida, los ríos de luz por guía y la búsqueda trémula de un cordel que constriñera el misterio ancestral, el siempre primer estremecimiento eternamente lacerante por donde fluyeran la agitación y el descendente espasmo de la consumación?

Las manos resecas, rígidas, ajenas ya a la punzante intención reprimida, sin las inquietudes por un palpitar cercano —vía propicia para los siete capitales— son ahora sólo un esquema de las pasiones y abecedario de la benevolencia infértil, carentes de elección y equivocación, las que en el afán de una caricia fueran rechazadas con el estremecimiento en el vientre y el temor en las venas.

¿En qué encrucijada oculta quedó la sensación del frío, el goce por los aromas, el cántico del viento y de las aves, del repentino aullido nocturno, del saber ancestral extraído a los textos?

Uno no sabe de salinidades, de resequedades en las que el terreno desmadejó el principio vital de las acciones químicas para aún ser en la no permanencia.

Para quien mira por fuera de la vitrina resulta incomprensible que, bajo esa piel, alguna vez un barrunto, una descarga tensara las ramificaciones de los nervios hasta engarrotar a los músculos en donde cursara la sangre violentamente hasta flagelar el corazón; galanura desvanecida insensible al frio, al calor, olvidada por el viento y por las lluvias, en reposo baldío del amanecer al anochecer sin tensión y sin tiempo.

Rostro rígido, inexpresivo, rescoldo de la sonrisa, del dolor profundo o mueca entre desprecio e ira; depositario de unos besos ya herrumbrosos, del frescor del agua, la sal, el jugo ácido… caverna imprecativa sin un suspiro, si el aliento cálido, sin la voz ruda, tierna, dulce, anhelante, desfalleciente; tronera maldiciente y de la exhalación final.

Ante la inutilidad preservada, uno imagina los senderos, los caminos, atajos y escalinatas vencidas, los reposos consumados y la hierba ultrajada con el paso de ese rescoldo amortajado con la postrera humildad de un hábito de la tercera orden.

A ti te negó la tierra el yacer entre ella, ser polvo, nada por siempre, sólo sombra, siempre olvido y, esto que vemos de ti no es atisbo del destino rechazado: es finitud esquilmada.

Acerca de Víctor Manuel López Wario

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