Campus

Pero…

Se dices que este es un hermoso día soleado, con viento fresco y nubes robustas que decoran la bóveda azul.

Afirmas que en su dicha, la infancia boceta a la distante vejez -momento postrero para recordar y compartir las experiencias de una juventud atemperada con la acción pausada- e invitas a disfrutar golosos de los frutos frescos, coloridos, del naranjo y el limón, de las guayabas dulces, aromatizadoras; de las recargadas ramas del peral, del mango y las manzanas en la huerta, de la piña, de las papayas, de los racimos de uvas, de las jícamas recién desencajadas de la tierra; me invitas a disfrutar la visión del abigarrado nogal, “El Mezquital” y el huizachal que elevan sus cruces al cielo y encajan sus dedos en búsqueda del agua y así, con paso lento, llegar hasta aquel maguey con una flecha por signo… mientras, en la mano un puñado de cacahuates crujientes conmueven la vida para nutrir al espíritu y al paladar.

Inés Acrílica sobre corrugado 22.2 x 14.4 centímetros.

Hablas del regreso de las golondrinas, de un canario en la ventana y las palomas en la Plaza; de la esporádica visita de un tzentzontle evadido, del empollar de las calandrias entre las tejas y de los cuervos en el sembradío; de las ardillas en las huertas, los conejos en la loma, el coyote que acecha en torno al corral, de los peces, ranas, sapos, libélulas y mayates en el frescor del río apenas zigzagueante y, con la vista dirigida hacia el cerro, lamentas la estropeada efusión de los chirlitos bajo la asfixiante costra de cemento.

Reiteras un compromiso a destiempo cuando el clamor de “la mayor” ahonda en el alma o imploras con gesto compungido el pausado tañer de la casi arrumbada “de difuntos”, ensalmo para el rescate de un rostro amigo apenas recordado. Quizás al ritmo de la voz metálica bulla aquella sonrisa en disimulo, esa mirada con promesa incumplida y la larga negra soga descendente acompasada al vaivén de una falda y el pudor fingido, patíbulo de piel morena que susurra fuera de tiempo el anhelado ¡Sí! transfigurado en la soledad presente con el sigiloso eco de su paso ágil imposible de seguir; hierática quietud de quien en la fuga toma revuelo de duda para quedar exangüe en el recuerdo o en la inconveniencia de un delirio.

Durante las noches, entre la hierba del jardín de la casa silenciada, chirrían nuevas generaciones de grillos, proliferan los cocuyos, dispersadas las luciérnagas reflejan su vitalidad en la fuente, donde el agua en calma, recupera el brío y la voz -para danzar y cantar mañana- a cubierto con las ramas apretadas que cobijan a las aves en su sueño, mientras el reloj de la torre da el cuarto de hora.

… en cualquier momento tendremos encima a la tormenta.

Acerca de Víctor Manuel López Wario

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