Campus

Pellicer

“La mórbida penumbra
enlaza nuestros cuerpos y saquea
mi inédita ternura,
la fuerza de mis brazos que te agobian
tan dulcemente, el gran beso insaciable
que se bebe a sí mismo
y en su espacio redime
lo pequeño de ilímites distancias…”

La estrofa que acaban de leer pertenece a Carlos Pellicer del poema Que se cierre esa puerta, uno de tantos que escribió a lo largo de los años, empezando desde infante, recitando versos mientras vendía chicles en las calles.

Pellicer fue un mexicano cuya profesión sería difícil de definir: vendió cosas, profesor, apoyo en la creación de escuelas, museólogo, se unió a la lucha post revolucionaria, se convirtió en senador, estuvo en la cárcel por su actividad política, exploró México en búsqueda de objetos prehispánicos, miembro de la Academia de la Lengua Mexicana, entre otras actividades.

Nació en Tabasco, en 1899. Desde joven se involucró en el gobierno de Carranza, y posteriormente de manera directa con Vasconcelos (ya rector de la Universidad Nacional), con quien emprendería el proyecto de alfabetización en México; aunque, años después, fue encarcelado este mismo vasconcelismo, que, a pesar de haber sido liberado al poco tiempo, sería una marca de por vida.

Así, metido en la política, se daba sus espacios para continuar con su trabajo como escritor y maestro, siendo considerado dentro del grupo de los “Contemporáneos”, mexicanos intelectuales que se dedicaron a transmitir arte y cultura. De hecho, si les suena el nombre, Antonieta Rivas Mercado fue mecenas de este grupo.

Tras 80 años, fallece en la Ciudad de México, como Senador del PRI, dejando un amplio número de libros poéticos, dentro de los que destacan: Colores en el mar y otros poemas (1921), Piedra de sacrificios (1924), Camino (1929), Hora de junio (1937), Ara virginum (1940), Recinto y otras imágenes (1941), Exágonos (1941), Subordinaciones (1948), Sonetos (1950), Práctica de vuelo (1956) y Con palabras y fuego (1963).

“Entre tu ombligo y sus alrededores
sonreían los ojos de mis labios
y tu cadera,
esfera en dos mitades,
alegró los momentos de agonía
en que mi vida huyó para tu vida”.
En una de esas tardes, Pellicer

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