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Mucho amor

Para Navidad del 2008, al niño le regalaron un pato y con exceso de ingenio digno de mejor causa, al animalito le designaron “Lucas”, nombre que vertido al español pierde el doble sentido de su original en inglés.

Con la finalidad de que los vecinos atestiguaran lo inusitado del obsequio y para alegrar la esperanza en el futuro de esos sus cinco años de vida, colocaron en el reducido pasillo —frente a las escaleras— una tinaja de cinco o seis decímetros de diámetro en donde el pato cumpliera incansablemente su función natural: nadar. Vivió hasta poco antes del Día de Reyes, dicen que amaneció muerto con la cabeza dentro del agua, realidad anticipada porque antes del balance anual significado con doce uvas, entre las promesas nuevas y las incumplidas “Lucas” ya no quería nadar en la pestilente charca improvisada.

Uno puede suponer que al amparo de un tierno afán para menguar la tristeza del infante, el regalo llegado del oriente a lomos de camello, elefante y caballo de Melchor, Gaspar y Baltazar, consistió en una caja con tres pollitos recién salidos del cascarón: encadenados a su fatalidad no llegaron al décimo día de ese mes de enero.

Estallido Acrílica sobre cartulina 21.5 x 28.0 centímetros.

Y así, en el sexto cumpleaños de la creatura humana le allegaron un gato, luego un cachorro de perro y ya para el “Día del niño” una bicicleta que terminó encadenada y oxidada a la tubería del agua.

Antes de “graduarse” en la etapa pre-escolar, junto al niño transcurrió la vida efímera de un perico, un cuyo, un hurón, tres tortugas, dos peces “beta” puestos en la misma pecera —afirma doña “R”—, un canario, otro gato (nombrado “Garfield”, por supuesto), un conejo, dos ratones blancos (“Chip y Dale”, es verdad) y una araña destripada tan pronto escapara de su casa de vidrio. (Ya le prometieron al nieto una motocicleta tan pronto alcance a manipular los mandos del aparato.)

Espero que ese pájaro café que a veces viene a comer las migajas en la ventana sea aquel al que abrieran la puerta la semana de su adquisición, cansados de limpiarle el piso de la jaula en la imprevisión de que ellos también necesitan beber agua limpia y que de acuerdo con la naturaleza, necesitan defecar.

Ayer para acallar los balbuceos de la ternurita humana le prometieron que si se porta bien, en Navidad, el Santaclos le traerá un chango. Y es posible, porque a ese chiquillo sus papás y el abuelo lo quieren mucho.

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