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Insistencia

Composición. Acrílica sobre cartulina. 17.6 x 33.2 centímetros.

Adjudiquémosle el problema a las circunstancias propias de aquel principio en la vida: el calostro compartido, que el ácido fólico aún no era realidad cotidiana, que la autoestima languidecía por la carencia del pañal adecuado (según proclama el aviso publicitario): la infancia tendía hacia el futuro sin los multivitamínicos y nadie preludiaba la aparición de los contemporáneos probióticos. Eso dejó secuelas y así, esa mente desmerece satisfactores entre descalificaciones y regaños.

Trascurridos algunos lustros del hecho, todavía estruja al entendimiento la insania de los ambientalistas de aquel momento ante la propuesta de crear jardines en las horripilantes azoteas de los conglomerados humanos en donde los desperdicios encuentran desacomodo, podredumbre y pestilencia: hoy es babilónica realidad apoyada por los “visionarios” con presupuesto ajeno, propuesta hermanada a la de la siembra extensiva de magueyales en baldíos intercalados entre árboles frutales para marcar los linderos en los terrenos ya escriturados.

Y ya puestos en esas danzas airemos otra propuesta a la cual dos o tres “expertos” calificaron de descabellada, ilusoria y con calificativo no publicable: quienes estudian la numérica de los conflictos ambientales afirman que en los lechos de las presas mexicanas yace un cuarenta (otros le llevan a un cincuenta por ciento) de su capacidad de almacenaje ocupada por sedimentación y sólidos provenientes primordialmente por los escurrimientos durante las temporadas de lluvia y que en esos embates la superficie terrestre perdió los nutrientes propios de los terrenos encumbrados que no retuvieron sus propiedades por causa de la deforestación irrefrenable en los bosques.

Obviamente lo entenderá cualquier sujeto con tres dedos de frente, si los lodos y materiales asentados en las presas, el almacenaje de agua disminuirá en el mismo porcentaje según un principio básico asentado por Arquímedes y demostrado por Galileo*, así, la propuesta es desazolvar los lechos y llevar esos nutrientes a los terrenos por reforestar y a la vez regresar a la tierra lo que de ella provino, dotamos con fertilizantes naturales a los sembradíos y disminuimos el déficit en captación de agua por escurrimiento, retención de líquido en las cumbres y menos fertilizantes químicos en las tierras de labor.

Si por algún momento acaricia la idea de contradecir la propuesta con el argumento de la carestía del método, es cosa de esperar —ojalá no mucho— a que una de las mentes lumínicas en la sociedad vea las ventajas económicas y tal cual sucede teóricamente en toda economía seria, en la segunda etapa disminuirán los montos de inversión y aumentarán las utilidades.

Uno de los requisitos básicos para ese doble beneficio será contar con el reglamento correspondiente, la tecnología correspondiente para el proceso de rescate (mediante dragas o por medio de grandes y potentes ductos extractores), separación de sólidos, secado de la materia y distribución de ese azolve nutricio; el beneficio económico para quienes tomen el riesgo del primer impulso** transformarán la medida en labor cotidiana y merecerá hasta homenajes para adalides connotados.

De cualquier manera, aberraciones mayores quedan impresas en hojas arrojadas a la calle, llevadas por el viento y las lluvias por los canales hasta los lechos de las presas junto con los despojos de la vida humanamente civilizada.

*”Todo cuerpo sumergido en un líquido, desaloja un volumen de éste igual al suyo y pierde de su peso tanto como pesa el volumen líquido desalojado”.
**Un primer consumidor sería el gobierno municipal en concordancia con el estatal para fortalecer las sempiternas resequedades de los terrenos bajo su responsabilidad: baldíos, jardines, camellones, veras de los caminos y lugares de esparcimiento ciudadano.

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