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El arte total

Mi nombre es Wilhelm Richard Wagner, y nací en Leipzig el 22 de mayo de 1813. Mi padre fue archivero en el departamento de policía; falleció seis meses después de mi nacimiento”., del boceto autobiográfico de 1834, citado por Ronald Taylor en Wagner, página 18 (Javier Vergara Editor, 1987) quien, en la página 35 de la misma obra, reproduce de Thomas Mann: “Con un sentimiento de maravilla y apasionado compromiso de nuestra parte, bien podemos decir que el arte de Wagner, que parte de su concepto de fusión de todas las artes en la llamada Gesamtkunstwerk, es diletantismo a la enésima potencia, el producto de una inmensa fuerza de la mente y la voluntad, el diletantismo elevado a la jerarquía del genio.”

En esa fusión de todas las artes, el odiado, enaltecido, maldecido y admirado Richard Wagner , reunió al canto, la música, la poesía, la danza, el teatro (comedia-tragedia), la literatura, la pintura, la escultura y a la arquitectura para originar una expresión compleja y completa, que si bien es cierto, no a todos gusta, es difícil extraerse a su inquietante influencia.

Wagner. Acrílica sobre cartulina. 37.7 x 50.8 centímetros.

Con el aporte de la tecnología durante las décadas siguientes el concepto de “totalidad” llegará a la nueva herramienta y vehículo de información-comunicación-control: la cinematografía, cuyo desarrollo y conocimiento de sus alcances fundará un lenguaje fresco en el cautiverio momentáneo y auto-aceptado por los asistentes a las novedosas y elegantes salas donde la proyección de imágenes en las cintas genera un estado de la conciencia arduamente estudiado y aún sin conclusión: una síntesis impresa y múltiple de los principios wagnerianos.

La cinematografía generará a su vez (en unión con las posibilidades de la radio) la transmisión a larga distancia: la televisión.

Cada una de esas técnicas requiere la dedicación al estudio en quienes traen esa vocación para su desarrollo personal en la colectividad y en las aulas adquieren la disciplina y arte para lograr el encuadre, la composición, el colorido, la luminosidad y equilibrio entre contraste y armonía, espacios de tensión y matices, movimientos de cámara y/o de la(s)lente(s),con el fin de enfatizar el sentido y transmitir la sensación correspondiente a cada escena, a cada situación, considerado el espacio-tiempo a más de la sujeción entre audio y video adecuados con base a una edición acertada en pugna para la entrada de comerciales, de ahí que resulte una falta de respeto a la creación de los profesionales contratados por los propios medios de transmisión -al rigor de los máximos niveles profesionales- y una afrenta al espectador desaprensivo el que la pantalla sea manchada con un “super” cuyo contenido publicitario o promocional destruye las exigencias que hacen de un profesional un creador.

Porque a quien sintoniza tal o cual programa qué le importa si faltan equis número de días para el juego o (y aquí la constante torpeza de nombrar por eventual lo que es ya algo aceptado, firmado y programado) el programa realizado en otro de los canales de la cadena.

¿Qué queda del lenguaje aprehendido y aprendido en las aulas –algunos con titulo de especialización en el extranjero- para crear los programas televisivos si ante la voracidad del mediador, integra/mancha una imagen en la cual el público receptor ya no puede dilucidar si contiene los elementos para calificarlo de trabajo profesional y aún más, que si a la labor de los de casa les cubren sus aportes, a las series y transmisiones del exterior el tratamiento es igual y en ocasiones peor si resultara que es una de esas transmisiones “costosas”: la falta de respeto al trabajo ajeno pierde color al embate brutal de las tarifas.

Al extremo superior derecho el emblema identificación para la transmisora, al extremo superior izquierdo un reloj digital con el tiempo faltante para un “algo” especial y dejar para la parte inferior un letrero animado y con ruidito metálico informando de productos o servicios para mejorar nuestra vida diaria.

Sí, al parecer herr Richard Wagner poseía un carácter detestable, pero, en contra de su concepto jamás permitiría una intromisión auditiva o visual que dañara la realización de su “arte total”. Sin importar si resulta de nuestro gusto o aspiraciones estéticas, cada realizador merece el registro de su nombre sin mengua ni la fugaz transmisión de los créditos o que ese espacio -por lo general- resulte el adecuado para mutilar en beneficio de los afanes comerciales ¿cómo exigirle cultura televisiva o cinematográfica (actoral, musical, técnica) a la sociedad si le esquilman el nombre de los autores de cada especialidad y con ello el respeto y reconocimiento a sus logros o fracasos profesionales?

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