Sustentabilidad

La sustentabilidad está al frente en un mundo con COVID-19

Por Philippe Zaouati, CEO Mirova, filial de Natixis IM.

Nadie podía haber predicho la pandemia del Covid-19, ni la crisis sanitaria que desató. El riesgo de una enfermedad infecciosa que ahora está al frente de las preocupaciones para cualquier inversionista, ‘sostenible’ o tradicional.

Si bien es cuestionable si será el mayor desafío de nuestra era, también ha acelerado una de las mayores oportunidades para los inversionistas –el catalizador hacia la sustentabilidad. Durante la década pasada, los fondos verdes y sostenibles han demostrado con creces su capacidad para crear valor. En efecto, se desempeñaron mejor que sus contrapartes ante la caída precipitosa del mercado durante las primeras semanas de la pandemia. La conducta de los inversionistas lo comprueba—durante los primeros tres meses del 2020, los fondos de inversión sostenible registraron entradas por 30 mil millones de euros en Europa. En palabras simples, horizontes más largos conducen a una mejor gestión de riesgo en todo el segmento.

Los datos claramente demuestran que la crisis ha fortalecido la demanda de finanzas responsables—también llamada verde, o sustentable— por las siguientes cuatro razones: su visión del papel de las compañías en la sociedad, su preocupación por los riesgos a largo plazo, su capacidad para la generación de valor y, por último, debido a que es consistente con la agenda política persistente.

Sin embargo, el éxito de que la sustentabilidad se inserte en la mentalidad cotidiana de los inversionistas, empresas y el ecosistema de la inversión en general depende de que las finanzas aprovechen el momento, y esto es muy dependiente de la estrecha colaboración entre las finanzas y los gobierno. Los gobiernos van a necesitar ser más exigentes y los servicios financieros deben establecer estándares robustos para combatir publicidad engañosa, implementar la asociación de ayudas y subsidios con compromisos genuinos en ESG y aprovechar la inversión privada en una economía sustentable.

En el 2008, fue el sector financiero el que precipitó la crisis. Ampliamente castigado por su opacidad, su complejidad y su falta de conexión con la economía real. Ante esta preocupación y acusaciones ser la causa de todos los males, es justo decir que la industria financiera no estaba bien posicionada para reinventarse a si misma hace una década. Hoy día, no hay ninguna excusa. Las circunstancias lo han asumido como una misión, un ‘propósito’, un objetivo para el interés público que está muy lejos de lograrse.

La transformación del sector financiero, sin embargo, no va a suceder por si sola. Hace un año, la organización conservadora para el cabildeo de grandes empresas estadounidenses, Business Roundtable, convocó a sus 250 directores generales para anunciar el declive de la teoría del ‘valor para el accionista’, pero no se tomaron medidas concretas para desmantelar los efectos del mito de los 50 años, de acuerdo con el cual el jefe de una empresa debe cumplir de forma unilateral el único objetivo de maximizar el valor de las acciones de un tenedor.

Y ahí precisamente reside la promesa del momento que nos atañe. Nunca antes las autoridades, ya sea políticas o económicas, dieron tanto énfasis a la necesidad de invertir en una economía sustentable e incluyente. Las energías renovables, la Eficiencia energética, la movilidad limpia, cuidados para la salud accesibles para todos, la economía circular, agricultura sin pesticidas: la tesis de inversión de las finanzas sustentables ahora hace un eco general. Con este fin, los gobiernos deben inyectar cantidades masivas de capital hacia la economía por medio del sector financiero, el cual en este momento no está considerado como ‘el enemigo’. En su lugar, expuesto como lo está a la economía entera, sus intereses están mayormente alineados con los de las autoridades públicas.

Las voces demandan cada vez más condiciones de asistencia pública ante las emergencias y planes masivos de estímulos que las circunstancias económicas y sociales van a requerir a futuro. Si deseamos transformar nuestra economía y redirigirla hacia una ruta baja en carbono e incluyente, entonces los planes de estímulo del gobierno y la capacidad de financiamiento del sector privado deben adoptar una serie de criterios compartidos. En otras palabras, es momento de demandar que las instituciones financieras también cumplan con un compromiso de transformación y contribuyan a los proyectos financieros que tengan un impacto social positivo, tales como sistemas más resilientes de atención sanitaria.

Esta transformación debe ser de modo descendente—como por ejemplo, la necesidad de que Europa avance más allá de la ‘taxonomía’ establecida para asegurar un discurso común para los ‘activos verdes’ al crear una agencia calificadora europea ambiental y social que incluya el impacto de las empresas en el clima y la biodiversidad. Esto es un imperativo tanto para estructurar el mercado y para reafirmar la soberanía de Europa sobre las normas financieras, contribuyendo a asegurar que las iniciativas individuales no operen con base en propósitos contrarios.

La presión por la sustentabilidad debe escalar también de modo ascendente. La gente en general es cada vez más consciente de las ventajas de los comportamientos sustentables —los alimentos orgánicos son un ejemplo clave. Si bien se proponen muchas razones psicológicas por lo cual eso mismo fracasa en términos de los ahorros, una simple explicación radica en una extrema intermediación que limita tanto la transparencia y el acceso para los ahorradores individuales. Una acción doble puede galvanizar al grueso de la población para tomar acción sobre lo que las encuestas demuestran son sus intenciones. Primero, crear e implementar un nivel unificado, transparente a escala nacional y europea para identificar productos financieros verdes, y en segundo lugar, legislar su dependencia en los hogares.

La época actual no es momento para medias tintas. El mundo post-Covid va a necesitar finanzas sustentables más que nunca, y la oportunidad es la correcta para aplicar dichos principios y acciones cuya relevancia y viabilidad se han demostrado ampliamente por los proponentes de finanzas sustentables durante la década pasada. Para que la oportunidad se convierta en acción, se requiere una determinación política y buena voluntad por parte del sector financiero.

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