Opinión

Unidad nacional ¿posible?

El Metro de la Ciudad de México es lugar de eventos. Gratos unos. Otros no.

Veo una pequeña de no más de 7 años con un globo inflado con gas atado a su muñeca. En la mano una bolsa con palanquetas: a cinco pesos, tres por diez. ¡Por Dios…! A esa edad. Debiera estar en la escuela, o jugando, o en casa cuidada por alguien de su familia. No. Está en la tarea de reunir algunos pesos necesarios para el sostenimiento de un hogar que tal vez no lo sea. Esto ocurre por la desigualdad, comenta una persona.

Miro el gesto solidario de una joven. Ofrece su asiento a un señor de edad mayor, o una persona con discapacidad, o a una mujer embarazada. ¿Y los varones? Bien. Unos aparentan dormir, otros leen cualquier cosa, otros juegan en celulares o en tabletas. Los hay que miran indiferentes a cualquier lado.

Eventos gratos. Un joven padre, apenas pasados los 20 años, acaso, lleva a su pequeña hija. La niña algo canta. Pongo atención. Entona el Himno patrio. Lo sabe bien. Confirmo con su papá ¿Es el Himno nacional? Sí, contesta. ¿Tendrá 3 años? De nueva cuenta respuesta afirmativa. Me siento conmovido. Recuerdo un promocional. Muestra a una familia cuando por la televisión se transmite algún acto en el que se interpretan letra y música de Francisco González Bocanegra y Jaime Nunó. El abuelo se pone de pie, saluda en actitud marcial. Los nietos lo siguen en el gesto.

Con semejantes imágenes en el pensamiento, en el sentimiento, reflexiono: ¿seremos los mexicanos de bien capaces de cantar, como uno solo, “mexicanos al grito de guerra…”, de ondear la bandera con brazo firme, de contemplar la esperanza en el vuelo del águila, símbolo del México que amamos?

Difícil. No imposible. Necesario porque al paso que vamos tal vez veamos derrumbarse una a una las instituciones que dan forma y contenido a un ser y hacer de muchos años. Desde la Independencia. De manera formal, pero desde antes en la sangre de nuestros antepasados autóctonos, de nuestros ancestros europeos y africanos y asiáticos. De todos ellos está compuesta la nacionalidad que hoy tenemos.

Años de lucha, cientos, nos ha costado, como pueblo, llegar a donde estamos. Y hoy, algunos quisieran ver a la Patria destruida. Suponen que de las ruinas habrá surgirá una nueva nación a su modo. Pero, nada más lejano que tal “conquista”. Véase lo sucedido en pueblos que han pretendido rutas semejantes y aún están inmersos en esfuerzos que parecieran no tener fin.

Creo, si derribamos la casa que a golpes de voluntad y de sangre las generaciones precedentes han edificado, y aún la nuestra, nuestros ojos y acaso los de nuestros hijos y los de nuestros nietos no alcanzarán a ver el edificio que pretenden.

La tarea es de todos. De los hombres y mujeres de bien. No, por supuesto, de quienes frustrados al no alcanzar cuanto pretenden por las formas que en nuestra democracia, aun cuestionada, nos hemos dado, están dispuestos a no dejar piedra sobre piedra.

Así, vienen a mi memoria versos de Rodrigo Caro, poeta del Siglo de Oro español:

“Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora
campos de soledad, mustio collado,
fueron un tiempo Itálica famosa…”

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