Opinión

El misterio normalista

Los papás confiaban que sus hijos estaban en clases de la escuela normal, en Ayotzinapa. Pero no estaban en clases. Ya habían secuestrado autobuses y viajaban a Iguala. ¿Por qué? ¿Quién los sedujo o quién les ordenó secuestrar autobuses y subirse a ellos? ¿Quiénes fueron? ¿Qué les dijeron? Ahí está la ruta de la tragedia. Los llevaron al matadero. A manos de policías delincuentes, de los autodefensas. Los acarrearon a las trincheras de la mafia dirigida por el alcalde perredista José Luis Abarca y su mujer. Protegidos del aparato estatal de gobierno. Eran los proveedores de dinero.

Después de Iguala las versiones se multiplican. De que los policías de Iguala los entregaron a la banda de “Guerreros Unidos”. Los jóvenes normalistas, en su mayoría de primer año de estudios, fueron llevados por la sierra. Y desde el 26 de septiembre nadie los ha visto vivos. Hay más datos, testimonios y rumores de que fueron asesinados y calcinados.

Ahora el grito de batalla de los papás es: ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos”. Los papás se apartan de esa ruta de la tragedia y se arropan en el espíritu constitucional de que el Estado debe garantizar la integridad de la vida y el Gobierno cumplir con esa obligación. Y deben encontrar a los normalistas.

Y declarados en batalla vociferan: “Que renuncie Peña”. Grito repetido y le agregan: “Peña asesino”. ¿Todos los papás o algunos? En esa tétrica ruta y crónica de lo irreal está Jesús Murillo Karam. Como titular de la PGR. Debe desentrañar el misterio. Debe respeto a los papás, a la sociedad. A partir de la nada. Y en un camino de apoyo en la ciencia y la tecnología del ADN. De algo que por primera vez se practica en México, bajo esas condiciones. Ha encontrado testimonios de que fueron muertos. Y no hay alguien que los haya visto vivos después del día 27 de septiembre.

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