Notas

Juan Camilo Mouriño

 

Expreso mi más sentida solidaridad con la familia de Juan Camilo Mouriño Terrazo, y a las familias de quienes le acompañaron en su último vuelo. No olvido a las víctimas de tierra cuyo sufrimiento no es menor. Llegaremos, a tiempo, al lugar donde ahora nos esperan.

Acaso Camilo, cuando ya no está entre nosotros, brinde el más valioso de sus servicios a la patria: el comienzo, sin retorno, del más fuerte impulso a la unidad. A la unidad de la gente de buena voluntad. A las mujeres y los ancianos, a los jóvenes y los hombres que, aun bajo convi-cciones diversas, poseen un afán común: la superación de México. Así como Ruy Díaz de Vivar, el Cid Campeador, ya muerto, encabezó a las huestes españolas para vencer al invasor, hoy el espíritu de quien fuera secretario de Gobernación, pueda dirigir la cruzada por las grandes batallas de la nación.

Los mexicanos demandamos unidad. La requerimos para vencer los males que nos agobian. El primero, más grande, y origen de los otros: la pobreza.

Si bien la crisis, las crisis que vivimos, son consecuencia de una multiplicidad de factores, de hoy y de ayer, domésticos y del exterior, el primero es la pobreza. No está del todo equivocado Andrés Manuel López Obrador cuando la señala como la causa primaria de los otros problemas. El principal enemigo a vencer.

Necesitamos unidad. Pero difícilmente se le puede conseguir entre desiguales. La economía número 14, en el mundo, ocupa uno de los primeros lugares, en el mundo también, en inequidad. De ello deben estar convencidos el poder público y el privado. Los llamados poderes fácticos. Unos y otros hacen ostentación de opulencia frente a una mayoría empobrecida. Sin considerar las causas de tal situación y los efectos que provoca la demostración de eso mucho que pocos, muy pocos, tienen. No más de 100 familias en nuestro país.

Hace unos días, por alguna calle de mi tierra, Veracruz, pasó un hombre visiblemente necesitado de algún dinero para llevar a casa. Ofreció a una familia podar un par de almendros frente a su casa. La dama que lo escuchaba agradeció el ofrecimiento y respondió: “ahora no”. Después de insistir y ante la reiterada negativa el hombre aquel se enojó: “por eso nos volvemos delincuentes, porque los que tienen no nos quieren dar trabajo”.

Ese es el asunto. Falta trabajo. Faltan salarios remuneradores. Pero, también, falta que los dueños del dinero se den cuenta de que al sacrificio debemos ir todos parejos. Sin embargo, insisten en salvar sus formas de vida encareciendo los bienes y servicios que producen. Los ricos siguen comiendo bien, viajando con el mayor confort, disfrutando de carros que se venden por metro y apareciendo en las páginas y noticieros destinados a la gente “high class” en las cuales lucen, con propiedad, los atuendos de Versace y otros afamados diseñadores.

Hay quienes no han escuchado aún la proclama del poeta: “Escuchen soberanos y vasallos, príncipes y mendigos, nadie tiene derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de los estricto”.

Necesitamos unidad para salir adelante. Por eso en el pesar, fue esperanzador mirar entre la concurrencia a los actos de duelo, junto a los familiares, amigos y correligionarios de los desaparecidos, a personalidades de todas las fuerzas políticas, aun a algunos que fueron sus adversarios. Adversarios, no enemigos. Nunca enemigos.

 

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