General

Siete años de sequía y siete de abundancia

Este año, que está por terminar, como pocos en la historia reciente del país, ha sido copioso en su régimen pluvial. De hecho, durante los 12 meses ha llovido, en especial en la región septentrional del territorio nacional.

Todavía los reportes del Servicio Meteorológico Nacional (SMN) de la Comisión Nacional del Agua (Conagua) de noviembre pasado alertaban a la población sobre problemas derivados de las lluvias que persistían en todo el país.

La Biblia, un excelente libro de experiencias sociales y personales vividas por la población del Medio Oriente y regiones adyacentes, habla de siete años de abundancia y siete de sequía.

Estudiosos modernos refieren esta situación como un elemento más de los impactos del Cambio Climático, enraizado ya en la vida moderna y que se manifiesta lo mismo con intensas sequías que con lluvias desbordantes.

Lo cierto es que el actual régimen pluvial normal, que va de junio a principios de octubre, ahora se extiende hasta diciembre y se enlaza con las lluvias invernales que, tradicionalmente cubren el norte del país, en especial el noroeste, mientras que el noreste se mantiene seco.

Tal situación viene reconvirtiendo al desierto y semidesierto mexicano, que abarca 60 por ciento del territorio nacional y muestra un incipiente reverdecimiento.

Más allá de hecho revelador está la aceptación de la Conagua sobre la existencia de este recurso en esas regiones, algo que hasta hace poco sólo se sabía de boca en boca por los ganaderos nacionales.

lluvia

La razón era simple: El régimen agrario dotaba de hasta 20 mil hectáreas para la manutención del hato ganadero donde se suponía no había agua. Más allá de esta extensión se consideraba latifundio.

Por eso, los ganaderos y algunos agricultores trataban de esconder la existencia de este recurso en sus terrenos para evitar que fueran expropiados.

Felipe Arreguín, subdirector general técnico de la Conagua, refirió la urgencia de que se reserve el agua subterránea en los acuíferos de las ciudades más pobladas para garantizar la disponibilidad hídrica a las próximas generaciones.

Refirió que los acuíferos son la única fuente permanente de agua en las regiones áridas y semiáridas —que ocupan alrededor de 50% del territorio nacional—; sustentan el riego de aproximadamente 2 millones de hectáreas, lo que representa poco más de la tercera parte de la superficie irrigada en el país; suministran cerca de 75 por ciento del volumen de agua utilizado en las ciudades, donde se concentran alrededor de 65 millones de habitantes, satisfacen las demandas de agua de la gran mayoría de los desarrollos industriales, y abastecen a casi toda la población rural, calculada en poco más de 25 millones de habitantes.

Esa es la realidad. Por eso, nadie se explicaba porqué en el norte nacional, donde la población sufre por agua para su abasto diario, ahí se construyeron grandes cerveceras, como las de Monterrey, Tecate y Zacatecas o florecieron empresas cementeras, mineras y papeleras.

La pregunta es para misma Conagua y para los gobiernos estatales y municipales: ¿qué hacer con esa abundante agua pluvial?.

Tal vez, una respuesta acertada sería la experiencia lograda por el actual Presidente Peña Nieto en el Estado de México donde construye miles de pequeños bordos para almacenar ese líquido.

De hecho, este tipo de construcciones fueron usuales en los medios rurales en décadas pasadas para contener la lluvia y tener agua disponible durante el estiaje para regadío, lavar ropa y, en algunos casos hasta para calmar la sed, antes de que la dotación de agua potable fuera política de Estado.

Además, remembranza de ese esquema de la Naturaleza son los pocos ojos de agua que aún existen en la Magdalena Contreras y en Cuajimalpa del Distrito Federal y en la Península de Yucatán, donde lo poroso del terreno absorbe toda la lluvia y la revierte en forma de los clásicos cenotes.

Comentarios Cerrados

Los comentarios están cerrados. No podrás dejar un comentario en esta entrada.