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Empate México-Brasil

Desde mi atalaya de aficionado de futbol poco enterado, miro el empate logrado por nuestra selección frente a su similar de Brasil. ¿Igualada de poco valor? No lo creo. Hace algunos años deambulaba por terrenos de nuestra máxima casa de estudios, la UNAM. Era domingo. Los Pumas habían rescatado un punto ante el Guadalajara. En el camino me crucé con dos niñas, de no más de 17 años (en México las familias, las niñas por consiguiente, aún pueden ir a los estadios, diría el Che Solari, técnico argentino, en entrevista televisiva en su país natal). Habían asistido al encuentro. Ganaba el equipo tapatío pero lo alcanzaron los universitarios. Empate con sabor a triunfo, me dijeron al paso las jóvenes en tono alegre. No, respondí, empate con sabor a derrota. El semblante de las chicas cambió. Se ensombreció. Dijeron: “tiene usted razón”. Siguieron su camino con ánimo diferente.

Diferente debe ser la actitud de la selección brasileña, de Felipao, de su público. Aunque ya se habían hecho comentarios de que el adversario a vencer era México, acaso lo dijeran de dientes para afuera. Quizá una fórmula de cortesía para quienes siempre les han visto con simpatía. Quienes en sus equipos han recibida cualquier cantidad de jugadores de aquellas tierras.

El empate, para México, fue un acontecimiento glorioso. Se logró ante uno de los equipos avocados al título. En su casa. Con el antecedente de haber sido cinco veces campeón en justas similares. Ante un conjunto lleno de estrellas cotizadas con los más altos valores en el futbol europeo, donde a los dueños de los manchester, los reales, los barcelonas, los milanes, los bayern, los múnich, no les tiembla la mano a la hora de firmar los cheques de contrataciones, sueldos, traspasos. Ignoro en cuánto se coticen las piernas de los mexicanos, las de los brasileños, pero al momento de disputar el balón, en el encuentro del estadio de Fortaleza, las diferencias no se notaron.

Ochoa estuvo imbatible. La defensa se aplicó con dedicación. Los de en medio cumplieron, en la contención y en la construcción. Adelante se intentaron jugadas que no se hace mucho se eludían. Habrá quien diga que el portero tuvo suerte: “estaba en el lugar a donde iban las jugadas y los remates brasileños”. Tal vez. Pero también hubo colocación. Mando para ubicar a la defensa donde tenía que estar. A la hora del ataque se hicieron disparos que advertían al equipo local que enfrentaban a un adversario que en cualquier momento les podía hacer el gol. Así, no podían ir al ataque como si el de enfrente fuera un equipo menor.

Miguel Herrera, desde la banda jugaba su juego (¿jugaba su juego? Claro, eso quise decir. Eso dije: jugaba). Manoteaba, gritaba, reclamaba, discutía. Su entusiasmo entraba al encuentro, salía, regresaba enseguida para colocarlo donde hiciera falta. Bajo el marco, en la contención, en la distribución, en el remate, en el saque de banda, en la entrada fuerte, en el tiro de esquina; en la barrera ante el tiro libre, a favor o en contra. La participación de Herrera valiosa y sin discusión.

Podemos asumir con plena satisfacción: “la verde” ha respondido. Seguirá respondiendo.

Acerca de Hector Villar Barranca

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