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El Metro, claro oscuros… (I)

Soy usuario del Metro de la Ciudad de México, desde que en 1969 comenzó a dar servicio. Servicio, porque de darlo se trata: “en un día laborable: 4.2 millones de pasajeros” (www.setravi.df.gob.mx/wb/stv/estadisticas) Ocurre los 365 días del año. Es la columna vertebral del transporte público en la ciudad al cual se enlazan los otros modos de operación en la capital de la República, locales, metropolitanos, nacionales: microbuses, autobuses, metrobuses, taxis, tren ligero, tren suburbano, autobuses foráneos (las centrales camioneras norte, sur, oriente y poniente se localizan a la salida, o entrada, de estaciones).

¿Cuánto de tráfico de superficie disminuye por la operación del Sistema? ¿Cuánto de tiempo de traslado reduce a quienes se movilizan por la ciudad? ¿Cuál es la calidad de la seguridad que ofrece? ¿Cuánto de contaminación ambiental disminuye? ¿De cuántos bloqueos, por las causas que sean, liberan? ¿Cuánta certidumbre de llegar a destino ofrece?

Soy usuario del Metro desde 1969, cuando por la decisión de Gustavo Díaz Ordaz, apoyada en el trabajo de Alfonso Corona del Rosal, se construyó la primera línea. Y viene a mi memoria los viajes de La Villa a CU. En alguna ocasión, en las llamadas vitrinas que entonces utilizábamos para tal recorrido, mi traslado se interrumpió hasta por tres veces por otras tantas descomposturas de las unidades en que viajábamos.

Un servicio de claro oscuros. Lo vivo de manera cotidiana. Miro el reloj en los andenes, no funcionan, en algunos casos desde hace años. Quién acude ahora de eso relojes cuando todo mundo tiene uno. Bueno, si ya no son necesarios quítense los colocados en los letreros del nombre de la estación. Cada día es mayor el número de escaleras eléctricas descompuestas o en mantenimiento en las estaciones por donde transito. No es raro que pasen días sin funcionar o que se descompongan y al rato se vuelva a descomponer. Acaso el sistema de escaleras instaladas de origen sean ya obsoletas y deba ser cambiado en su totalidad.

La frecuencia de paso de trenes cada vez se hace más distante de manera, es imposible calcular de manera razonable el tiempo de traslado al trabajo, o de regreso, o de cumplimiento de cita alguna, o de llegada a un centro de recreo. Los fines de semana, sobre todo los domingos, día de las bicicletas, se complica el caminar por los pasillos y andenes, y abordar a los trenes, bajar de ellos, es cuando salen juntos padres, hijos, nietos, abuelos, padrinos, ahijados, compadres; la familia mexicana compuesta pues, mientras el paso de convoyes es más espaciado. Obligadamente, por tareas de mantenimiento.

A veces el mal funcionamiento, la lentitud, se debe a usuarios que por vandalismo o porque intentan abordar los vagones cuando ya van llenos, impiden el cierre de las puertas. No falta el irresponsable que acciona la palanca de emergencia innecesariamente y detiene el movimiento afectando la línea toda. ¿En cuántos minutos se saturan andenes hasta provocar desesperación y actitudes agresivas del público?

Sin embargo, como sea, el Metro, aún con claro oscuros, es el más importante medio de transporte público de nuestra ciudad.

Acerca de Hector Villar Barranca

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