En Ambiente

Zacahuitzco

Depre 964La información referente al emblema o ícono de la estación Portales del STC-Metro Portales afirma que:

“En los primeros años del siglo XX, en la zona ocupada por lo que ahora es la estación, había varias haciendas que Emiliano Zapata fracciona en su afán de repartir las tierras.

“Lo más curioso y notable era la cantidad de hornos que en esa zona se levantaron por todos lados para el cocido del ladrillo, dándole al lugar un sello característico, por lo que con el tiempo se le conoció como La Ladrillera.

“La Ladrillera existió en una calle llamada Del Tabique, donde, por ser la principal, había unos grandes portales hechos de ladrillo. De ahí surge el nombre de la zona.” metro.df.gob.mx/red/estación y en el caso específico de la estación del Sistema de Transporte Metropolitano, su imagen.

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En la Historia local queda la afirmación de su pertenecía a la antigua Hacienda de Nuestra Señora de la Soledad de los Portales establecida durante el periodo virreinal entre los poblados de Churubusco y Santa Cruz Atoyac, cercana a un camino de terracería cuyo traza data de la época colonial con la finalidad de unir los dos poblados anteriores con el de Mexicaltzingo en beneficio al tráfico de mercancía y productos para su venta y consumo en las localidades vecinas y de la Ciudad de México. En el año de 1888 la Hacienda constaba de 278 hectáreas con capacidad para 6 caballerizas, terrenos para siembra diversificada, ganado, aves de corral, acueductos, fábrica de adobe y ladrillo, asoleadero, estancias para los trabajadores con espacios destinados para el transporte y la guarda de los animales de tiro correspondientes.

“Durante su existencia, la hacienda tuvo varios dueños, aunque el más destacable fue el conocido general y literato Francisco Manuel Sánchez de Tagle, quien fue un intelectual de gran reputación, proveniente de los Marqueses de Altamira y que firmó el acta de consumación de Independencia de México.

“Tras su muerte, la hacienda pasó a manos de nuevos dueños, entre los que destaca el coronel Simón Cravioto. Para 1888, la hacienda era de las más productivas de la zona y una de las principales haciendas agrícolas que abastecía(n) a la ciudad de México.”, asienta Ana E. Martínez-Gracida Núñez en su “Por las calles de la Ciudad: Colonia Portales”.

Y añade:

“Con el paso del tiempo, las cercanías a la hacienda se fueron poblando y se empezaron a levantar nuevas villas, quintas y casa de campo sin que la zona perdiera su condición rural y ganadera.

“Fue hasta los primeros años del siglo XX cuando los terrenos de la hacienda se fraccionaron y empezó a surgir lo que hoy es la colonia Portales.”

Marta Torres Sánchez dice: “A la altura de Ajusco y Calzada de Tlalpan —donde ahora está la escuela (Carlos) A. Carrillo— había unos arcos de piedra, que eran la entrada para la hacienda”. Mónica Cravioto Galindo: Simón Cravioto y la colonia Portales.

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Sobre la Calzada de Tlalpan, con dirección al norte con esquina en la calle de Zacahuitzco, en la colonia del mismo nombre, a finales de la década de los cincuenta e inicios de los sesenta, un local enfrentaba a la niñez con la mágica experiencia del televisor en blanco y negro. Sintonizados los aparatos, aquellos niños suplían con fantasía los diálogos que las grandes cristaleras esquilmaban.

Era el inicio de una realidad tecnológica sólo accesible a los bolsillos privilegiados de aquel entonces o cuando algún visionario —con sacrificio a su capacidad económica— adquiría uno de esos grandes y bellos muebles para compartir el disfrute con los vecinos mediante el aporte de 20 centavos y, con diez centavos extras el novel televidente recibía un cono con “palomitas”. La colonia Zacahuitzco —la calle Zacahuitzco, concretamente— tenía todo para su tranquilidad: la bien surtida tienda de Benito cercana a la tortillería, el zureo en la nidada, una carnicería, su minúscula panadería, el ropavejero cotidiano, su afilador musical, la señora de las frutas y verduras, los paquetes de combustible para el boiler en el expendio de petróleo, “el carrito de la basura”, los perros y gatos de todos, las bandadas de aves matutinas, su tranvía amarillo madrugador y noctámbulo, un pregón errante de “tierra para las macetas”, en la esquina con Lourdes un vendedor adormilado entre imágenes sacras y la algarabía de las niñas en uniforme escolar… Al oriente, una vía amplia de tierra y arbolada, un templo cuya campana fijara las horas del amanecer sin horario cambiado, un fantasma/rattus en el tinaco inutilizado y una imprenta al lado de la cual vivíamos.

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