En Ambiente

Rescate

Ensayo (Lluvia sobre torbellino). Acrílica sobre cartulina. 21.5 x 28 centímetros

Resulta detestable la perversión si recordamos que en los años de educación primaria –a la cual nos debemos–, la regla establecía que los nombres propios no se traducen.
Y venimos con un ejemplo de apoyo:
En su nota aclaratoria, Ramón D. Perés (página 4, «Lord Jim» de Joseph Conrad, Editorial Orbis, S. A., fechada en junio de 1917), nos dice: «Jim es diminutivo de Santiago, de Jaime, de Jacobo o de Diego. He preferido dejar el Jim como en el original, porque harto  acostumbrados nos tiene ya el castellano actual a admitir en el uso corriente de la vida  social esos diminutivos extranjeros que se hallan en otras obras tan castizas como las de Galdós y otros muchos.»; así, Jacques, Jacob, y la olvidada expresión original de Saint Yago, junto con los citados por el prologuista, provienen del nombre Yago, uno de los     hermanos de Yoshua, a quien rebautizaramos con el derivado fonético de Jesús.
Y en la costumbre ya ni avergüenza el constatar en diccionarios con vocación de enciclopédicos y en las mismas Enciclopedias, cuando a un John, a un Sean, a un Jean, a un Joan, a todos por parejo los determinan con el Juan castellanizado.
Con esa adaptación nos esquilman gran parte del individuo histórico, dado que si nos dicen que el autor de las «Confesiones» fue un señor llamado Juan Jacobo Rosseau, así, sólo por el apellido –y eso a veces– podremos rescatar un tanto del aire, época y la razón de hacer del personaje.
Ganamos esencia si desentrañamos la fonética diferenciadora al amparo del nombre de Camille Saint-Saënz, Sergei Vasilievich Rachmaninov, Hermenszoon Van Rijn (Rembrant) o Wolfram von Eschenbach, porque para mayor confusión, en aquellos nombres sin equivalente a nuestra lengua les dejan tal cual corresponda en su original forma de habla. Fijado el juicio  en ese principio, nos desconcertaría terriblemente si de repente encontrásemos algún texto en alemán y la portada afirmara que tal obra corresponde a la autoría de un tipo llamado Michael von Cervantes ut Saavedra y que el poema de «Los enamorados» (para no exigirnos una búsqueda intensa) es obra de James Sabines.
El nombre es parte de la cultura origen. Exige un esfuerzo extra pero reditúa con el interés por otras latitudes, de un conocimiento mínimo de las formas condicionadas por un Medio Ambiente extraño para nosotros y es síntesis de la multiplicidad en el hacer de los pueblos, conciencia de la cual, si nos extraemos, perdemos la visión diferenciadora entre los grupos que forman y forjan la humanidad total

–oo–

Y héte aquí que en la página 85 de «La llama doble» de Octavio Paz (Seix Barral, 2003), paracaídas de todo fracasado en las lides de la investigación y bandera para las mentes encumbradas, en la nota a pie de página, asienta respecto a la herejía cátara: «Del griego kátharos: puros. ¿Porqué suprimimos la h de kátharos? El francés la conserva. Aunque la Academia lo acepta e incluso lo aplaude, la pretención de fonetizar del todo a la ortografía del español es inútil y bárbara. Nos separa más y más de nuestras raíces y de las lenguas europeas, como se ve en los casos posdata, sicología, seudónimo y otros engendros».
Que no es el mismo tema ¡cierto! pero apoya un tanto más el punto al que nos referimos y con la cita uno es menos pedestre porque tal firma ¡vaya que pesa!

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