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«M» para la esperanza

 

Idee Fix (Louis-Hector Berlioz). Óleo sobre tela. 40 x 50 centímetros.

Mefistófeles es el nombre del demonio -doméstico de Belcebuth- en la Alemania del siglo XVI. Quienes de lenguas saben enraizan la etimología en el hebreo, del que desprenden Mephis=destructor y Tophel=mendaz.

   Christopher Marlow (1564-1593) -antecesor de Shakespeare- crea «La trágica historia del doctor Fausto», tema que retomará, poco menos de dos siglos después, Johann Wolfgang Goethe (1749-1832) en su drama poético en dos partes: «Fausto».

   Mefistófeles es el embaucador, adulador, personaje irónico y cruel, el perverso engañador que favorece el rejuvenecimiento para la obtención del amor de Margarita y los placeres mundanos del doctor Fausto, quien compromete la entrega de su alma al final de su vida terrena.

   Arrigo Boitio -nacido en Padua, Italia (1842-1918), compuso una ópera con este tema, estrenada en Bolonia en el transcurso del 1875. A Charles Gounod, «Fausto» le exigió cinco actos para su ópera basada en el texto de Goethe. Con Hector Berlioz, el drama humano del personaje fundamentó el material para su «Damnation de Faust» (La condenación de Fausto) trabajada en los años de 1845 a 1846 y ejecutada por primera vez en la öpera-comique el 6 de diciembre del mismo año de 1846; obra para mezzosoprano, tenero, baritono, bajo, bajos solistas y orquesta.

   Obsesionante para Franz Liszt, la crisis espiritual íntima en cada ser humano, «Mefisto» es el origen para cuatro valses, una polka y su Sinfonía Fausto, en esta última la presencia de los personajes trágicos otorga nombre a cada uno de los tres cantos: Faust, Gretchen, Mefisto; rematados por un coro final a manera de coda.

   Ante la congénita flaqueza de talento no achacable a la falta de calostro ni a un mínimo en el consumo de ácido fólico durante la etapa infantíl, ni al autismo incipiente, nutridos con el mínimo proporcional extraído a un salario raquítico, ni siquiera nos queda la esperanza en la blasfema firma de un tratado signado con sangre propia a semejanza del doctor Johannes Faust, archibrujo germano del siglo XVI, pues el mismo Mefistófeles tronchado de risa afirma que en este país -magnífico sólo para los jerarcas del orden civil y los representantes del empíreo- estamos condenados mínimamente hasta la sexta generación, y así, ni el clamor vale la pena.

 

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