En Ambiente

Gárgolas I

Rumbo a Jerez, Zacatecas, con el fin de establecer el programa y elementos adecuados para la exposición de pinturas y apuntes, junto con la presentación correspondiente del material impreso a lo que el amigo y compañero Humberto Matalí Hernández (†) bautizara con el certero nombre de “La villa del perro de San Roque” (Homenaje a Ramón López Velarde), comentaba con el —no menos amigo y artífice del proyecto— arquitecto Rafael Monsalvo Martínez, sobre la personal, permanente y al parecer insalvable confusión respecto a estilos y desarrollos arquitectónicos. Le exponía que dentro de la arquitectura religiosa el elemento más atrayente era el de los casi inadvertidos óculos y mi extrañeza de que todo estudio de la arquitectura —preponderantemente civil—, precisa la descripción respecto a la planta, tipo de muro, columnas, arcadas y techumbres, el decorado de los vanos y dinteles, etcétera, y queda en el mejor de los casos, al final, alguna parca descripción de las gárgolas o botaguas.

Extraído del “Vocabulario Arquitectónico Ilustrado”, editado por la entonces Secretaría del Patrimonio Nacional en su primera edición del año de 1975, en las páginas 240 y 241: “Gárgola. s. f. Voz común con el cat(alán) y el fr(ancés) ant(iguo), gargoule, de un v(erbo) como el fr(ancés) gargouiller “producir un ruido semejante al de un líquido en un tubo”. El vocablo alude al ruido del agua que corre por la gárgola. Piedra ahuecada en forma de gotera, cualquiera que sea la posición y el lugar que ocupe en las construcciones. Desaguaderos salientes hechos en piedra que se emplearon para arrojar lejos de los muros las aguas pluviales. Solía darse a las gárgolas la forma de animales fantásticos. Podría definirse como caño de desagüe sobresaliente de un tejado, generalmente adornado con la forma de una figura quimérica.” Y para ejemplificar el componente arquitectónico remite a la figura 278 (Gárgola sobre una ménsula y con caño profusamente decorados en el Sagrario Metropolitano, Ciudad de México), a la imagen 279 (Gárgola, Zoquizoquipan, Hidalgo, reminiscencia del pasado: una bellamente labrada cabeza de águila) y a la lámina I (Caño común en la arquitectura. Tubo aboquillado, elemento común en la arquitectura civil aún presente en las casa de principios del siglo XX).

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El vocablo gárgola proviene del latín gurgulio y del griego ?a??a???? cuya traducción aproximada remite al acto de “hacer gárgaras”, por extensión determina la parte sobresaliente de un caño que sirve para evacuar el agua de lluvia de los tejados. Es pues un vocablo de origen onomatopéyico.

En la página 504 correspondiente al glosario del interesante y extenso estudio que sintetiza en título el estilo arquitectónico, “El gótico”: “gárgola, conducto por donde se vierte el agua de los tejados, sobresaliendo del contrafuerte o pared en forma de animal fantástico.”

En el aspecto constructivo dota de carácter especial a la obra mediante las figuraciones demoniacas aladas y de animales. En el catálogo de las modificaciones resultantes durante las obras de restauración y adecuaciones, suelen sustituirse las gárgolas desaparecidas con motivos contemporáneos, así, queda por referencia anecdótica —mas no exclusiva— la figuración de un (¿aterrorizado?) fotógrafo en La Santa Iglesia Catedral Basílica de San Antolín (Palencia, España), esta representación corresponde a las obras restauración durante el siglo XIX ejecutadas por el arquitecto Jerónimo Arroyo quien la dispuso para honrar a un conocido suyo que falleciera accidentalmente al realizar unas fotografías en el tejado de la catedral.

En la arquitectura de la Edad Media (Medievo o Medioevo —período histórico de la civilización occidental comprendido del siglo V al siglo XV—), especialmente en el arte gótico, son elemento práctico y decorativo en iglesias y catedrales en cuyo ornato —premeditadamente grotesco— toma la estructura fantástica de hombres, animales, monstruos o demonios. Verosímilmente tenían la función simbólica de proteger el templo de los embates demoniacos y horripilar a los pecadores. Este simbolismo transitó —con menor desarrollo— a la arquitectura renacentista española o incluso en algunas iglesias barrocas.

Es un error denominar gárgola a toda figura grotesca o monstruosa decorativa contenida en las iglesias medievales; son gárgolas en sí sólo los largos caños en función de desaguadero hacia la calle (o dentro de los patios señoriales que guían el agua pluvial hacia las bóvedas centrales bajo tierra para acumular el líquido y de ahí proveer los servicios domésticos), la parte ornamental es aporte del arquitecto responsable de la obra. Así, de entre las famosas figuras monstruosas de función puramente decorativa instaladas por Eugéne Emmanuel Viollet-le-Duc, (1814-1879) en la catedral de Notre Dame de París en donde Quasimodo vive su soledad y sus ensueños, la mayoría corresponden a la denominación de quimeras, no de gárgolas.

En la historia de la arquitectura queda referida como una de las primeras gárgolas la encontrada en la Acrópolis de Atenas (siglo IV a.C.), decorada con un grabado cuya representación es una cabeza de león, otra más, la datada durante el antiguo Egipto drenada el agua de los techos planos a fin de utilizarla para lavar los vasos sagrados.

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