En Ambiente

Con el Fogón a Punto

DOLOR DE CUARESMA

Más mato la gula que la espada.

No es que me refiera a un dolor patológico referente a la cuaresma o la gula misma. Más bien me refiero al dolo que ocasiona a nuestros bolsillos la temporada de cuaresma.

pescado

Una absurda obsesión de consumir pescados y mariscos específicamente a lo largo del más importante rito cristiano, desde lo más modesto de los productos del mar a lo largo de esta temporada se han ido incrementado entre los 10 y 15 pesos por kilo a duplicar el costo del producto en base a la demanda como es el caso de los populares camarones, mojarras y huachinangos, principalmente.

No encuentro el sentido de la templanza y el sacrificio cuando veo en tiendas de auto servicio flamantes islas de hielo en el área de pescados y mariscos presumiendo langostas, cayo de hacha y patas de cangrejo, con costos que oscilan entre los $500 y $750 pesos por kilo.

Afortunadamente y gracias a los cielos que nos han permitido acercarnos a poder adquirir los limones que ya oscilan entre los $20 y $35 pesos por kilo, indispensables para la elaboración del sacro ceviche, los cocteles y para aderezar los alimentos muy “a la mode mexicana”. Y como dejar de lado que cuaresma sin mariscos y una chela bien fría con todo y su limón o ya sea michelada, es como un viacrucis sin Cristo.

Y no quiero que se me considere como sacrílego, pero ¿en qué momento se invirtió el sentido de recogimiento espiritual? al grado de convertir a lo mundano como la carne de cerdo en el alimento proteínico más asequible de la clase necesitada; esa clase que lo come con tantísima culpa ya que en ese mismo grueso de la población es donde se ubican los más devotos y temerosos de Dios.

De verduras; no sé si el suspiro es de tristeza y decepción o de enojo mismo.

¡A que gente de las grandes ciudades! que cada vez demuestran lo increíblemente peligroso de la ausencia del consumo de las mismas, es decir a no ser por un listado no mayor a 15 diferentes verduras y hortalizas, ahora mucha gente no tiene ni la más mínima idea, ni de cómo se llama tal o cual verdura o como es que se deba de preparar para su ingesta.

Llegando a este punto sobre el escaso conocimiento de alimentos de origen vegetal se suma la displicencia paternal con frases: “como a mí no me gusta… X vegetal no lo he de preparar, “al nene (a), no le gusta tal y cual verdura y la verdad prefiero no gastar que estar preparando y tirando a la basura” “me resulta más fácil comprar a los hijos nuggets de pollo con papas que se van a comer mejor que si les preparara algunas acelgas salteadas con papa, mantequilla, sal y pimienta.

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