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Tres eslabones

A finales de la década de los noventa del siglo XX, Carlos Buenrostro (entonces Contador General en el periódico “Diario de Colima”) antepuso su decisión para pedir el desayuno en aquella bella estancia aromatizada con los frutos de las huertas al pie del “Volcán de Fuego”. Solicitó algo “que en su vida…”, me afirmó con plena seguridad: “medio queso, frijoles de la olla, salsa de molcajete y tortilla recién hechas”. (¡Vaya con la originalidad! dije para mí contrariado),y aun cuando en la dieta personal los quesos son parte esencial, aquel pedido realmente me sorprendió por la calidad de los alimentos. Aquella tierra fertilizada con las expulsiones minerales de la cercana y activa montaña dotan a sus productos de un vigor especial. Después del desayuno acompañado con una dosis de café tierno de la localidad, de regreso al «lugar donde domina el dios viejo o el dios de fuego», el “usted” distanciador mudó en un grato tuteo.

Por alguna de esas disparatadas asociaciones mentales, vino a la mente un parrafito habido en la “Historia de la Antigua o Baja California” del veracruzano jesuita Francisco Xavier Clavijero*: “En sus comidas hacen cosas verdaderamente extrañas. En el tiempo de la cosecha de las pitahayas comen hasta hartarse; más para usar de ellas después de haberlas comido y digerido, no desechan sus deposiciones, sino que de aquello que antes fue pitahaya separan con indecible paciencia los pequeñísimos granos de la fruta que quedan sin digerirse, los tuestan, los muelen y reducidos a harina los conservan para comerlos después en el invierno. Algunos españoles dan a esta operación el nombre burlesco de segunda cosecha de pitahayas”.

“El Jerry”. Acrílica sobre cartulina. 34.5 x 50.8 centímetros.

Con liga sutil aparece “Voces por Alejandro” (Homenaje al doctor Alejandro [Claudio] Martínez Curiel) publicado por el Instituto de Antropología e Historia con la coordinación de Luis Alberto López Wario y Pedro Francisco Sánchez Nava a través de su colección “Divulgación”, Primera Edición 2011, en ella, doce de los colaboradores y amigos de “El Jerry” retratan al individuo en la tierra nuestra con sus placeres y virtudes, con las fallas y aciertos de quienes disfrutan la bendición de ser.

Para todos los antropólogos, arqueólogos, sociólogos e historiadores que con su labor callada y paciente, silenciada e ignorada y con harta frecuencia despreciada, por forman laja junto a laja lentamente el rostro verdadero de quienes nos antecedieron, un agradecimiento por el esfuerzo contínuo en la propia tierra que nos provee de buenos quesos, historias aparentemente grotescas y libros enternecedores que son, al final, una misma cosa con las contradicciones inherentes que todo ser vivo contiene en la verdad de su individualidad.

Para el doctor Alejandro Claudio Martínez Curiel (1946-2009) quedan las manifestaciones de cariño de sus amigos y colaboradores —y sin duda dos o tres opositores— ahora que es lo que no quiso ser y porque queda mucho por destacar de su esfuerzo en el estudio de lo destruido, de nuestro pasado, de ese color humano cuya visión nos avergüenza y que escondemos para no participar de aquello considerado —en la brutal ignorancia—: degradante.

*Libro I, capítulo XIX, página 54 en el número 143 de la colección “Sepan cuántos…”, Editorial Porrúa, S. A., cuarta edición corregida y con un interesante estudio preliminar de don Miguel León Portilla.

Acerca de Víctor Manuel López Wario

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