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Presencia de los días

Aunque esperado no fue menor el ramalazo ante la afirmación facultativa largamente esperada de que estabas ahí, dentro, en el invisible espacio de una bolsa de carne que te nutría con su sangre y su vitalidad.

Aún faltaba tanto tiempo -la larga espera durante la gestación-, para inventar soluciones, para crear futuros y escudriñar entre santorales; para adquirir los artilugios recomendados por la sabiduría de los que ya saben de esto y para mentirle a uno mismo con la seriedad producto del nerviosismo oculto bajo el aplomo del que ya nada le sorprende, porque ese esfuerzo «sólo exige continuidad y espera».

Iniciaba la sarta de interrogantes: ¿realmente se movió? ¿fue su pie o lo imaginé? ¿ya oíste?… y las reconvenciones femeninas que son parte de la ficción: el diálogo renovado entre una madre hinchada y el padre desconcertado con todo aquello.

Y ese largo esperar terminó abruptamente.

Un día aquella película tantas veces imaginada fue momento presente y la situación dominó el magro entendimiento. Todo un proceso que ante los ojos paternos era casi ajeno ante las instrucciones doctas y la preparación mental: era un espectador impasible.

Allá en el fondo una leve mancha negruzca -«es su cabeza», afirmó el doctor- las instrucciones dadas a la parturienta, el aroma de la asepsia, la mortificante salida de la cabecita, de un hombro, el sonido de la rápida expulsión incompatible con la lentitud inicial y ya, de repente la criatura era limpiada, pesada y cubierta con sus primeras sábanas.

Lo que su mente retiene es aquel sonido de la expulsión, más que el llanto primero, aquel sonido extraño no percibido en ninguna otra circunstancia de la vida.

Ya no importaba el sexo del recién nacido, saber que estaban bien los dos personajes implicados era lo importante.

Con autocontrol que aún ahora es inusual, el proceso terminó; la enfermera colocó el pequeño cuerpo entre los brazos de la madre –sobre el pecho– y en ese momento el calor de la sala le empañó los ojos; sólo pudo musitar, ahogada la voz enronquecida: «ya me voy a trabajar.

-oo-

¿Cómo es posible que en las pequeñas manos haya huesos, tendones, venas y tejidos cubiertos con esa piel tan fina? ¿Cómo afirmar que en aquella cabeza desproporcionada respecto al resto del cuerpo las ideas inicien su formación? ¿Cómo entender que realmente hay vida y …? aquello que alguna vez pareciera una larga espera es tiempo añejo… más, aquel sonido…

foto01

Retrato de familia.
Óleo sobre tela.
40 x 30 centímetros

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