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Por tí

Las dos velas. Acrílica sobre cartulina. 9.2 x 25.2 centímetros.

Mi niñita de los cuatrocientos nombres,
detrás, más allá de las nubes
está el lugar en donde anida la esperanza para todos los seres buenos
que vivieron para amar y alegrar sin solicitud de respuesta,
sin medir beneficio;
ese lugar lleva el mismo nombre de la pintura
que a tu hermosa mirada,
que a tus bellos ojos inquietaran.

Tú y yo lo sabíamos:
“la vida de los grandes alcanza para una página en las enciclopedias
y la vidas mínimas quedan escritas en el alma”;
tu vida está en la mía y a cada día una línea dolorosa,
un revivir ácido de lo que fue inconscientemente efímero
para ahora intentar reescribir con indeleble lo perdido.

Regresar a casa ya no es lo mismo;
los ojos llenos de un sol salino enceguecen en el espacio neblinoso
donde faltan tus juegos, tus regaños por la escapada necesaria,
tu paso y tus silencios, tus juegos,
tus mohines, tus caricias tiernas, tu alegría y el calor de tu cuerpo;
aquí ya no es el mismo aire, el espacio es agobiante, desesperantemente amplio
y hasta las bromas simples perdieron su importancia.

Hay veces en que ya no busco a la luna entre las nubes
—esa luna escondida entre los brazos del árbol fornido,
hogar de la inquietud alada y cantadora, la que aún hoy, con su algarabía y aleteos,
con sus desplazamientos matutinos y aquietada en el sopor del mediodía,
vienen todavía a comer un poco en la ventana, donde ya no está
tu curiosidad interrogante—
esa luna entre las nubes en la que dibujáramos con la mirada un conejo,
con ligera exigencia mental un enano y, con el giro en medio arco: un chaneque blanco;
esa luna señalada en la que ahora quiero, necesito verte
para no saber que esto es definitivo, que aún estás aquí,
que me urge estés aquí.

Frescura desconocida en tu llegada,
excepción mentida en mi vida con un “ella me necesita”
opuesto a la razón medida por mi edad, ahogado el ¡no! necesario y conveniente,
ahora tus nombres son grieta en esta oquedad
con un detestable sabor ferroso en el aliento.
Hoy deseo pensar, hoy quiero pensar, hoy necesito pensar
que detrás, más allá de las nubes,
en donde tú y tu hermanito siempre serán niños,
lejanos los días de enfermedad y amargas medicinas,
recuerden que un día, por una miserable hora,
en algún instante de un minuto, entre sus juegos y mi nulidad,
pude —inválido achacoso— otorgar una porción de felicidad y que
durante estas noches agobiantes,
negada la razón de que eso es parte de la vida
—porque con lo que menos puedo es con las razones—
el dolor vacío que me hace mirar al cielo me diga, que hay dos estrellas
a las que no les incomodan las lágrimas en las cuales encuentran su reflejo;
porque ahora no sé cuál egoísmo es mayor:
si ante tu vida lastimada desear el fin de tanto sufrimiento
o el hecho real y actual —maldecido en la impotencia— de estar sin tí.

Mi niñita de los cuatrocientos nombres,
hoy, en contra de lo pensado, de la soberbia latente:
me haces tanta falta.

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