Alegoría para una hydrangea. (Apunte en acuarela sobre marquilla). 15.9 x 24.4 centímetros.
¿Aún escuchas y hablas con los grillos? Y aunque sabemos que la hierba no es tan fresca y el aroma de su humedad quedó bajo la modernidad gris-aséptica en lo que fuera el patio de tierra de tu casa, las cigarras todavía bullen entre los pliegues de un recuerdo en lejanía, ahí en donde había una arboleda hablante con el río —muralla de ilusiones, colores cantarines—, aleteante el aire incorporado al aroma tenue de las margaritas.
¿Aún hablas y cantas con la alondra y en tu puño teñido llevas un rosario de capulines? Y si la palabra ajena perdió galanura junto con los años, las palomitas de sanjuán susurran una promesa de vigor regenerado junto a tu nombre, contiguo a la sonrisa casi infantil de tu entereza ante el responso ajeno llevado entre las volutas del incienso semejantes al vaporoso amanecer en la cañada.
¿Aún canturreas y hablas con el árbol de la espera? Alegraba al jilotear aquella vana promesa torrencial en el espacio de la tuza y el reclamo de los cuervos contra los afanes campesinos. Porque para ti hubo una tercia de higos arrancados en el huerto, una canción dedicada en el carro de sonido de la feria por San Felipe y una bolsita de papel de estraza atestada con los cacahuates compartidos, un algodón rosado para llevar a casa y la última mirada de la noche matizada en verde con los helechos erguidos en los macetones de la abuela.
Los grillos y una margarita, una alondra y los capulines, el árbol de la espera y los helechos en la casa adornan el zigzag de los recuerdos y desentonan frente a la malevolencia humana que marchito a una hortensia.
Quede aquella amapola herida a un lado de tu almohada y en tu oído —si aún susurra— el viento desatado en los cerros que agitara a la campana de “El Calvario” hasta darle voz de quejumbre.
¿Cómo lamentarnos de aquello si éramos menos que adolescentes y hoy nos sobran los significados?
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