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En lo profundo del gran lago

depre912No hay consenso en los hechos ni advocación para aquel templo sumido en las profundidades del lecho desecado, entre el cementerio en la lomita y el pueblo de San Juan Evangelista de Atlamica.

Sucedió en el día de la boda. El sacristán —como todo padre responsable— favoreció la mejor boda del rumbo. Organizó una muy lucida ceremonia religiosa y emprendió grandes trabajos para agasajar a la concurrencia durante el obligado “huateque” con variados platillos preparados en la localidad, cuando ésta aún era zona de crianza: barbacoa, carnitas, chicharrones, quesos, el ineludible mole, grandes cazos con arroz, el pulque local, “harto” aguardiente y los cestos con sabrosas tortilla recién cocidas en comal de barro.

Comentan que el casorio sobresalió en la época y junto a tal afirmación surge el “negrito”. Según la opinión generalizada, todo preparado y programado adecuadamente, en la revisión final resultó que las grandes tablas montadas en caballetes carecían de mantelería. Ante la carencia, el sacristán —hombre práctico y con agarraderas— tomó en préstamo los lienzos de la mesa sacra y con ellos una buena dotación de corporales por servilletas.

A la media noche —otros sostienen que fue al amanecer previo a la primera llamada— un fuerte estremecimiento terrestre acompañada con horrísono estruendo constriñó el espacio y el ánimo de los pobladores que vieron cómo la tierra hendida tragaba al templo hasta cubrirlo con la piedra y el lodo de los deslizamientos.

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Los detalles varían de una opinión a otra. Uno supone que por pequeño que fuera el templo algo de él quedaría por evidencia; que con escarbar un poco… pero no hay respuesta a las preguntas en aquel espacio hace poco tiempo maldecido. Ahí surgió una de las multiplicadas unidades habitacionales y de aquel templo ya sólo los ancianos del pueblo poseen un recuerdo de trasmano.

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