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Amplias quedaron sus soledades sobre el agobiante yunque de los campos luminosos, esperanzadoras sus noches estrelladas y los bautismales ríos; austeros, rústicos espacios interiores y un sol violento sobre los rostros amigos y en el propio atormentado; al puente de Langlois (Arles) lo subraya la espera eternizada de una mujer protegida por su sombrilla y en otros espacios sus altos cipreses recortan el cielo gris y la nubes fugitivas. Sus barcas ocres en la arena esperan inútilmente por los brazos afanosos que las posen sobre el vaivén de las olas, sobre las gibas del trajín interrumpido y al amparo del anhelo con girones de regreso; los íntimos girasoles –amarillos sobre múltiples amarillos– contrastan con la soledad diurna del Moulin de la Gallete…

Expuesta con oscuras tonalidades quedó su fracasada vida entre los mineros, la época de hambres compartida con los tejedores, con los labriegos y con aquellas muchas vidas, soledades privadas apenas compartidas: la sociedad de los rostros famélicos con su miseria escondida y siempre alejada, las granjas y arboledas protectoras, la Torre del cementerio en Nuenen y los cuerpos encorvados sobre una tierra doliente… los solitarios, viejos zapatones, y abandonada en la silla su pipa desconchada, las botellas vacías sobre una mesa pobremente enmantelada, evaporado el rudo ajenjo trasunto en los múltiples autorretratos cuya azul mirada desertora corretea en las verdes copas fugitivas de la fresca superficie, sobre los trigales agitados y los verdores requemados que en la distancia adquieren tonos brutalmente violetas… Pinceladas espirales, densas, paleta multicolor, torbellinos violentos, ruda la vida, larga la espera por el amigo inconstante y la martirizadora presencia de los rostros cotidianos.

Hombre de estrellas y de cuervos Acrílica sobre cartulina 36.6 x 49.8 centímetros.

Por 870 veces o más, el nombre de Vincent signa una ventana con el anhelo de futuro, en tal engaño libertario la fuga es inútil para quien armado con pinceles emborronadores de silencios espera diariamente un mañana negado, un respiro amable que le ancle a la gloria gozosa de su caballete…

Y abandonados en el estudio, en la galería privada, un amontonamiento de sufrimientos engarrotados en los cuatro travesaños de una tela, todas las ausencias enclaustradas entre anaranjados e impetuosas, volátiles ensoñaciones. Con el soplo terrible del viento, las nubes borrascosas bajo la cúpula plomiza con todos los azules esconden la visión final en Auvres-Sur-Oise, el reino del fracaso inclemente que arruina el esfuerzo, la dedicación escudriñadora de cada trazo, en cada pincelada, que arrasan con la verdad trascendental bullente en el cilicio del color, cuando claudica la existencia con un estallido distante obnubilado en verdes, penas, hambre, ajenjo, sol inclemente y mistral, pregón en la fuga de Vincent y la insufrible soledad para el desamparado Theo; autoinmolación embozada en el sembradío de aquel claudicante peregrino, del frustrado pastor de hirsuta cabellera ígnea.

Acerca de Víctor Manuel López Wario

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