Campus

Aura distante

Son siete las heridas en la bóveda infinita: rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, añil y violáceo; las huellas distintivas de los caracoles en el medio arco siempre lejano.

-oo-

Alguna vez fue la eternidad para Íris -hija de Taumas y de Elektra-, hermana de las arpías y la transportadora de los dictámenes divinos -en especial de Juno quien la transformara en el lumínico espectro-.
Otros más, tomaron su imagen por signatura de un pacto: «Mi arco pondré en las nubes, el cual será por señal de convenio entre mí y la tierra.
«Y será que cuando haré venir nubes sobre la tierra, se dejará ver entonces mi arco en las nubes.» (Génesis 9:13 y 14).

-ooo-

No es una olla rebozada con monedas de oro el origen para la línea trazada en la bóveda humedecida; son siete los recipientes en los que almaceno el recuerdo de las partes de tu cuerpo no olvidadas ni en la distancia ni con el embate del tiempo.
Y peno por saber si aún queda algún vestigio del pasado -aunque tenga la apariencia del arco secundario-, cuando todavía bulle en la memoria el entreverado escurrimiento desde tu cabellera al salir del baño en alguna parte bajo el arcoíris.
Y porque lejana no se si miras el mismo destello semicircular, perenne la duda de cuál es el lado frontal -¿el que tú miras, el que yo observo?-, o, si nuestras miradas cruzarán a través de la irrepetible fascinación del viejo arcoíris, gama de colores tasajeados por un dios ocioso para difuminar un mismo sueño dolorido.
De cualquier manera, son siete las heridas de la luz en los mínimos espejos descendentes, mismo el número de días para esbozar vanamente ¡hoy sí?, los mismos para cambiar el rostro en la veleidad nocturna.

-oooo-

Pero Josefa de los Ríos no responderá. Ahíta de otra voz y al ritmo en el verso del poeta, rindió la vida junto a sus recuerdos cuando mi madre aún no nacía.

084_84
Visita anual
Acrílica sobre tela
30 x 40 centímetros

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